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EL PROFETA

La Llegada

Almustafa, el elegido y el amado, quien era un amanecer en propio su tiempo, había esperado doce años en la ciudad de Orfalís a la nave que viniera para llevarlo a la isla de su nacimiento.

Y en el duodécimo año, en el séptimo día de Ielool, el mes de la cosecha, subió la colina afuera de las murallas de la ciudad y miró hacia el mar; y vio la nave viniendo con la neblina.

Y entonces las puertas de su corazón se abrieron de par en par y su alegría voló lejos sobre el mar. Y entonces cerró los ojos y rezó en el silencio de su alma.

Pero mientras bajaba la colina, una tristeza le vino, y pensó en su corazón:

¿Cómo puedo irme en paz y sin pena? No, no sin herida en el espíritu me iré de esta ciudad.

Largos fueron los días de dolor que he pasado dentro de sus murallas, y largas las noches de soledad; y, ¿quién puede salir de su dolor y soledad sin remordimiento?

Demasiados fragmentos del espíritu he desparramado en estas calles, y demasiados son los hijos de mi anhelo que andan desnudos por estas colinas, y no me puedo retirar de ellos sin una carga y un dolor.

No es una prenda de la que me deshago hoy, sino una piel que rasgo con las propias manos.

Tampoco es un pensamiento que dejo detrás, sino un corazón hecho dulce por hambre y sed.

Pero ya no puedo demorarme.

El mar que llama a todos a regresar a sí mismo me llama, y tengo que embarcar.

Quedarme, aunque las horas queman en la noche, es congelarse y cristalizarse y estar vinculado al moho.

Tengo ganas de llevar conmigo todo lo que está aquí. Pero, ¿cómo podría?

Una voz no puede llevar la lengua y los labios que le dan alas. Sola tiene que buscar el éter.

Y sola y sin nido volará el águila hacia el sol.

Ya cuando alcanzó el pie de la colina, se dirigió otra vez al mar, y vio su nave acercándose al puerto y en la proa a los marineros, los hombres de su propia tierra.

Y su alma les gritó, y dijo:

Hijos de mi madre antigua, Uds. los jinetes de las mareas,

Cuántas veces han navegado en mis sueños. Y ahora vienen en mi despertar, que es mi sueño más profundo.

Listo estoy para irme, y mi impaciencia a toda vela espera al viento.

Sólo un aliento más respiraré en este aire calmo, sólo una mirada cariñosa hacia atrás,

Entonces me pongo entre Uds., un marinero entre marineros.

Y tú, mar vasto, madre incansable,

Sólo tú eres paz y libertad para el río y el arroyo,

Sólo una curva más hará este arroyo, sólo un murmullo más en este claro,

Y entonces vendré a ti, una gota ilimitada para un océano ilimitado.

Y mientras andaba vio desde lejos a hombres y mujeres dejando sus campos y sus viñas y apresurándose hacia las puertas de la ciudad.

Y oyó él sus voces diciendo su nombre, y gritando de campo en campo contándose de la llegada de la nave.

Y él se dijo a sí mismo:

¿El día de despedir será el día de reunir?

Y se dirá que mi víspera fue de veras mi alba?

Y, ¿qué le daré a él que dejó su arado en el surco o a él que ha parado la rueda de su lagar?

¿Mi corazón volverá en un árbol cargado de fruta, la que puedo recoger y darles a ellos?

Y, ¿mis deseos fluirán como una fuente para que pueda llenarles las copas?

¿Soy una arpa para que la mano del poderoso me toque, o una flauta para que su aliento me pase?

Un buscador de silencios soy yo, y ¿cuál tesoro he hallado en los silencios, el que puedo repartir con confianza?

Si éste es mi día de cosecha, ¿en cuáles campos he sembrado la semilla, y en cuáles estaciones olvidadas?

Si ésta de veras es la hora en que levanto mi farol, no es fuego mío que quemará adentro.

Vacío y oscuro será el farol que levanto,

Y el guardián de la noche lo llenará con aceite y también lo encenderá.

Esto dijo con palabras. Pero había mucho en el corazón que se quedaba sin decir. Porque él mismo no podía decir su secreto más profundo.

Y cuando entró en la ciudad todo el pueblo salió para reunirse con él, y le gritaban como si tuvieran una sola voz.

Y los mayores de la ciudad se adelantaron y dijeron:

No nos deje.

Un mediodía ha sido en nuestro crepúsculo, y su juventud nos ha dado sueños para soñar.

Ud. no es desconocido entre nosotros, tampoco huésped, sino nuestro muy amado hijo.

No permita que nuestros ojos tengan hambre de su rostro.

Y los sacerdotes y las sacerdotistas le dijeron:

Que las olas del mar no nos separen y que los años que han pasado entre nosotros no se vuelvan memoria.

Ud. ha caminado entre nosotros como un espíritu, y su sombra ha sido una luz en nuestras caras.

Mucho lo hemos amado, pero callado era nuestro amor, y con velas ha sido velado.

Pero ahora nuestro amor le grita en voz alta, y quiere revelarse ante Ud.

Y siempre ha sido que el amor no sabe su propia profundidad hasta la hora de separación.

Y otros también se acercaron y le pidieron a él.

Pero no respondió. Sólo inclinó la cabeza; y los que estaban cerca de él vieron sus lágrimas cayendo en el pecho.

Y él y la gente avanzaron hacia la plaza frente al templo.

Allí salió del santuario una mujer que se llamaba Almitra. Y ella era vidente.

Él la miraba con ternura extrema, porque era ella la que por primera vez lo buscó a él y creía en él cuando sólo hubo pasado un día en su ciudad.

Y ella le saludó a él, diciendo:

Profeta de Dios, en búsqueda de lo sumo, por mucho tiempo ha buscado su nave en las distancias.

Y ahora su nave ha llegado, y tiene que irse.

Profundo es su anhelo por la tierra de sus memorias y el hogar de sus deseos más grandes; y nuestro amor no lo atará ni nuestras necesidades lo aferrarán.

Pero esto le pedimos a Ud. antes de que se vaya, que nos hable y nos dé de su verdad.

Y se la daremos a nuestros hijos, y ellos a los suyos, y jamás se morirá.

En su soledad ha mirado nuestros días, y en su despertar ha escuchado al llanto y la risa de nuestros sueños.

Entonces por favor de revélese a nosotros, y díganos lo que se le ha mostrado acerca de lo que queda entre el nacimiento y la muerte.

Y él respondió:

Gente de Orfalís, ¿de qué puedo hablar salvo de lo que ahora mismo les induce las almas?


 El Amor


Entonces dijo Almitra: Háblanos del Amor

Y él alzó la cabeza y miró a la multitud, y un silenció cayó sobre todos,
 y con fuerte voz respondió:

 Cuando el amor os llame, seguidle,
  aunque sus caminos sean duros y escarpados.
 Y cuando sus alas os envuelvan, doblegaos a él,
  aunque la espada oculta entre sus plumas pueda heriros.

 Y cuando os hable, creed en él,
  aunque su voz pueda desbaratar vuestros sueños así
  como el viento del norte convierte al jardín en hojarasca.

 Porque así como el amor os corona, os crucifica.
 Así como os hace crecer, también os poda.
 Así como se eleva hasta vuestras copas y acaricia
 vuestras más frágiles ramas que tiemblan al sol, también
 penetrará hasta vuestras raíces y las sacudirá de su arraigo a la tierra.

 Como espigas de trigo,os cosecha.
 Os apalea para desnudaros.
 Os trilla para libraros de vuestra paja.
 Os muele hasta dejaros blancos.
 Os amasa hasta que seáis ágiles,

 y luego os entrega a su fuego sagrado, y os transforma
  en pan sagrado para el festín de Dios.

 Todas estas cosas hará el amor por vosotros para que
  podáis conocer los secretos de vuestro corazón, y con
  este conocimiento os convirtáis en un fragmento del corazón de la Vida.

 Pero si en vuestro temor sólo buscáis la paz del amor,
el placer del amor,
las mieles del amor,
entonces más vale que cubráis vuestra desnudez y
os apartéis de la senda del amor,

 Para que entréis en el mundo sin estaciones, donde
  reiréis, pero no todas vuestras risas, y lloraréis,
  pero no todas vuestras lágrimas.
El amor sólo da de sí y nada recibe sino de sí mismo.
 El amor no posee, y no quiere ser poseído.
 Porque al amor le basta con el amor.


 Cuando améis no debéis decir "Dios está en mi corazón", sino más bien "estoy en el corazón de Dios".
 Y no penséis que podéis dirigir el curso del amor,
  porque el amor, si os halla dignos, dirigirá él vuestros corazones.

 El amor no tiene más deseo que el de alcanzar su plenitud.
 Pero si amáis y habéis de tener deseos, que sean estos:
  De diluiros en el amor y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
  De conocer el dolor de sentir demasiada ternura.
  De ser herido por la comprensión que se tiene del amor.
  De sangrar de buena gana y alegremente.
  De despertarse al alba con un corazón alado y dar gracias por otra jornada de amor;
  De descansar al mediodía y meditar sobre el éxtasis del amor;
  De volver a casa al crepúsculo con gratitud,
  Y luego dormirse con una plegaria en el corazón para el bien amado, y con un canto de alabanza en los labios.





 El Matrimonio

Entonces, Almitra habló otra vez: ¿Qué nos diréis sobre el Matrimonio, Maestro?

Y él respondió, diciendo:

Nacisteis juntos y juntos para siempre.

Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.

Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejad que haya espacios en vuestra cercanía.

Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros.

Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura.

Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas.

Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa.

Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.

Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.

Las cuerdas de un laúd están solas, aunque tiemblen con la misma música.

Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga.

Porque sólo la mano de la Vida puede contener los corazones.

Y estad juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares del templo están aparte.

Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.


 Los Hijos

Y una mujer que abrazaba a un bebé contra el pecho dijo, «Háblenos de los Hijos».

Y él dijo:

Sus hijos no son suyos.

Son los hijos del anhelo de la Vida de sí misma.

Vienen por ustedes pero no de ustedes,

Y aunque están con ustedes, ustedes no los poseen.

Pueden darles su amor pero no sus pensamientos.

Porque ellos tienen sus propios pensamientos.

Ustedes pueden alojar sus cuerpos pero no sus almas.

Porque sus almas viven en la casa del día que viene, la cual ustedes no pueden visitar, ni siquiera en los sueños.

Ustedes pueden esforzarse por ser como ellos, pero no se esfuercen para que ellos sean como ustedes.

Porque la vida no va atrás ni se demora con el ayer.

Ustedes son los arcos de los cuales sus hijos como flechas vivas son enviados.

El arquero ve el blanco en el paso del infinito, y Él los dobla a ustedes con su fuerza para que sus flechas vayan rápidamente y lejos.

Que su torción en la mano del arquero sea por alegría;

Porque mientras Él ama a la flecha que vuela, también ama el arco que es estable.


El Trabajo

Entonces un hombre del arado dijo, «Háblenos del Trabajo».

Y él respondió, diciendo:

Trabajas para mantener el ritmo con la tierra y con el alma de la tierra.
Porque estar parado es volverse desconocido para las estaciones, y salir del desfile de la vida que desfila con majestad y sumisión orgullosa hacia lo infinito.

Cuando trabajas eres la flauta por cuyo corazón el susurro de las horas se vuelve música.

¿Cuál de Uds. sería un junco, callado y silencioso, cuando todo lo demás canta al unísono?

Pero te digo que cuando trabajas, realizas una parte del sueño más lejos de la tierra, el cual te fue asignado a ti cuando ese sueño nació.

Y por seguir trabajando en verdad estás amando la vida,

Y amar la vida por el trabajo significa estar íntimo con el secreto más íntimo de la vida.

Pero si por tu dolor le llamas aflicción al nacimiento y al apoyo de la carne una maldición escrita en tu frente, entonces contesto que nada sino el sudor de tu frente te lavará lo que está escrito.

También te han dicho que la vida es tiniebla, y en tu cansancio repites lo que dijeron los cansados.

Y yo digo que la vida sí es tinieblas salvo cuando hay impulso,

Y que todo impulso es ciego salvo cuando hay conocimiento,
Y que todo conocimiento es vano salvo cuando hay trabajo,

Y que todo trabajo es vacío salvo cuando hay amor;

Y que cuando trabajas con amor te atas tú mismo a ti mismo, y a los otros, y a Dios.

Y, ¿qué significa trabajar con amor?

Significa tejer el paño con hilos sacados de tu corazón, como si tu amado fuera a llevar ese paño.

Significa construir una casa con afecto, como si tu amado fuera a vivir en esa casa.

Significa sembrar las semillas con cariño y cosecharlas con alegría, como si tu amado fuera a comer las frutas.

Significa cargar todas las cosas que creas con un aliento de tu propio espíritu,

Y saber que todos los muertos benditos están alrededor de ti y mirándote.

Muchas veces he oído que dices, como dormido, «aquél que trabaja con mármol y halla la forma de su propia alma en la piedra es más noble que el que ara la tierra.

Y aquél que agarra el arco iris para ponerlo en el paño en el parecido del hombre, es más que aquél que fabrica las sandalias para nuestros pies».

Pero digo yo, no dormido sino en el sobre-despertar del mediodía, que el viento no habla más dulcemente a los robles gigantes que a la brizna más pequeña de la hierba;

Y sólo es grande el que transforma la voz del viento en una canción hecha más dulce por su propio amor.

El trabajo es el amor hecho visible.

Y si no puedes trabajar con amor sino sólo con repugnancia, es mejor que te vayas de tu trabajo y te sientes en la puerta del templo y consigas limosna de aquellos que trabajan con alegría.

Porque si cueces pan con indiferencia, cueces un pan amargo que satisface sólo la mitad del hambre.

Y si lamentas aplastar las uvas, tu lamento destila un veneno en el vino.

Y aunque cantes como los ángeles, pero no amas el cantar, amortiguas el oído de la gente contra las voces del día y las voces de la noche.


 Las Casas

Entonces un albañil dio un paso hacia delante y dijo, «Háblenos de las Casas».

Y él respondió y dijo:
Construye con tu imaginación un senador en tierra salvaje antes de construir una casa dentro de las paredes de la ciudad.

Porque mientras tienes regresos al hogar en tu crepúsculo, también el trotamundos dentro de ti los tiene, el siempre distante y solo.

Tu casa es tu cuerpo más grande.

Ella crece en el sol y duerme en la tranquilidad de la noche; y no le faltan los sueños. ¿Tu casa no sueña? Y soñando, ¿se va de la ciudad hacia arboleda o cima?

Que yo pudiera recoger las casas de Uds. en la mano, y como granjero esparcirlas en bosque y prado.

Que los valles fueran sus calles, y los pasos verdes sus callejones, para que Uds. pudieran buscarlos uno al otro por las viñas, y llegar con la fragrancia de la tierra en la ropa.

Pero ya no debe ser así.

Por su miedo sus antepasados los recogieron demasiado cercanos. Y ese miedo seguirá un poco más. Por un poco más tiempo sus paredes separarán sus chimaneas de sus campos.

Y díganme, gente de Orfalese, ¿qué tienen en estas casas? ¿Y qué es que vigilan con puertas sujetadas?

¿Tienen la paz, el impulso discreto que revela el poder de Uds.?

¿Tienen recuerdos, los arcos de luz trémula que cruzan los cumbres de la mente?

¿Tienen la belleza, que se extiende de las corazones de las cosas de madera y piedra hasta la montaña sagrada?

Díganme, ¿tienen éstes en sus casas?

O, ¿tienen sólo comodidad y la lujuria para ella, esa cosa sigilosa que entra la casa como invitado, se vuelve en anfitrión, y entonces en maestro?

Sí, y se vuelve en domador, y con el anzuelo y azote hace muñecas de los deseos más grandes de Uds.

Aunque sus manos son de seda, su corazón es de hierro.

Los calma hasta que duermen para ponerse al lado de la cama y burlarse de la dignidad de la carne.

Se mofa de sus sentidos sólidos, y los pone en plumón como vasijas frágiles.

En verdad la lujuria para la comodidad asesina la pasión del alma, y entonces anda sonriendo en el funeral.

Pero Uds., hijos del espacio, Uds. los inquietos en el descanso, Uds. no serán atrapado ni domado.

Sus casas no serán anclas sino mástiles.

No serán una película brillante que cubre una herida, sino un párpado que vigila el ojo.

No cruzarán sus alas para que puedan pasar por las puertas, ni inclinarán las cabezas para que no se golpean contra el techo, ni tendrán miedo de respirar no fuera que las paredes se rompan y se caigan.

No vivirán en tumbas hechos por los muertos para los vivos.

Y aunque de magnificencia y esplendor, sus casas no guardarán sus secretos ni abrigarán su anhelo.

Porque eso que es ilimitado dentro de Uds. habita la mansión del cielo, cuya puerta es la neblina de la madrugada, y cuyas ventanas son las canciones y los silencios de la noche.

 La Ropa

Y el tejedor dijo, «Háblenos de la Ropa».

Y él contestó:

Tu ropa te oculta mucha de tu belleza, pero no esconde lo que no es bello.

Y aunque buscas en la ropa la libertad de la intimidad, quizás encontrarás en ella un arnés y una cadena.

Que pudieras conocerlos el sol y el viento con más de tu piel y menos de tu vestimenta,

Porque el aliento de la vida es la luz del sol y la mano de la vida es el viento.

Algunos de Uds. dicen, «Es el viento de la norte que ha tejado la ropa que llevamos».

Pero la vergüenza fue su telar, y el ablandar de los tendones su hilo.

Y cuando su trabajo se acabó él se rió en el bosque.

No olvides que la modestia es un escudo contra el ojo del no limpio.

Y cuando jamás hay los no limpios, ¿qué será la modestia sino un grillete y un ensuciamiento de la mente?

Y no olvides que la tierra se goza de sentir tus pies descalzos y los vientos añoran jugar con tu pelo.


El Crimen y el Castigo

Y uno de los jueces de la ciudad hizo paso adelante y dijo, «Háblenos del Crimen y del Castigo».

Y él contestó diciendo:

Es cuando tu espíritu vaga en el viento,

Que tú, solo y sin protección, les cometes un mal a otros y por eso a ti mismo.

Y por ese mal cometido tienes que tocar a la puerta de los bendecidos y esperar por un rato sin que te hacen caso.

Como el océano es tu dios-mismo;

Se queda siempre no profanado.

Y como el éter levanta sólo a los alados.

Hasta como el sol es tu dios-mismo;

No sabe las formas del topo ni busca los agujeros del serpiente.

Pero tu dios-mismo no habita solo en tu ser.

Mucho que está adentro de ti todavía es hombre, y mucho adentro de ti ya no es hombre,

Sino un pigmeo amorfo que anda dormido en la neblina buscando su propio despertar.

Y acerca del hombre dentro de ti ahora hablo.

Porque es él y no tu dios-mismo ni el pigmeo en la neblina quien sabe el crimen y el castigo del crimen.

Muchas veces les he oído hablar de uno que comete un mal como no fuera uno de Uds., sino un desconocido y un intruso en su mundo.
Pero digo yo que aun como los santos y rectos no pueden subir más allá de lo más alto que está dentro de cada uno de Uds.,

Tampoco los malvados y los débiles pueden caerse más bajo que lo más bajo que está dentro de Uds.

Y como una hoja sola no se vuelve amarilla sin el conocimiento silencioso de todo el árbol,

También él que hace mal no puede hacerlo sin la voluntad oculta de todos de Uds.

Como un desfile Uds. andan juntos hacia sus dios-mismos.

Uds. son el camino y los caminantes.

Y cuando uno de Uds. se cae él se cae para los detrás de él, un aviso de la piedra tropezadora.

Sí, él se cae para los enfrente de él, quienes son más rápidos y más seguros en caminar, pero no quitaron la piedra.

Y esto también, aunque la palabra yace pesadamente en sus corazones:

El asesinado no falta responsabilidad por su propio asesino,

Y el robado no falta totalmente la culpa por ser robado.

El recto no está inocente de los actos del malvado,
Y él con manos blancas no está limpio de los actos del criminal.

Sí, el culpable muchas veces es el víctima del lastimado,

Y con aun más frequencia el condenado lleva la carga de él sin culpa.

No puedes separar los justos de los no justos y los buenos de los malvados;

Porque se quedan juntos antes de la cara del sol como el hilo negro y el blanco son tejado juntos.

Y cuando se rompe el hilo negro, el tejedor mirará en la tela blanca, y exminará el telar también.

Si uno de Uds. le echaría la culpa a la esposa no fiel,

Que también pese el corazón del esposo en las escalas, y mida el alma de éste con medidas.

Y que él quien lo azotaría al delincuente mire el espíritu del ofendido.

Y si uno de Uds. castigaría en nombre de rectitud y darle con hacha al árbol malo, que vea las raíces del árbol;

Y en verdad él hallará las raíces de lo bueno y lo malo, del provechoso y del infructuoso, todos entrelazados en el corazón silencioso de la tierra.

Y Uds. los jueces que quieren ser justos,
¿Cuál juicio le dictan Uds. a él que, aunque ser honesto con la carne es un ladrón con el espíritu?

¿Cuál pena le dan Uds. a él que mata físicamente pero es matado él mismo en el espíritu?

Y, ¿cómo lo procesan Uds. a él que por acción es mentiroso y oprimirador,

Pero quien también es apenado y víctima de atrocidad?

Y, ¿cómo castigarán a ellos cuyo remordimiento ya es más grande que sus actos malos?

¿El remordimiento no es la justicia que es administrado por esa misma ley que Uds. con ganas sirven?

Pero no pueden ponerles el remordimiento a los inocentes ni quitárselo del corazón del culpable.

Sin ser pedido el remordimiento llamará en la noche, para que las personas puedan despertarse y mirarse a sí mismas.

Y tú quien intentas entender la justica, ¿cómo la entenderás a menos que veas a todos los actos con toda luz?

Sólo entonces sabrás que los erugidos y los caídos son sólo un hombre de pie en el crepúsculo entre la noche de su pigmeo-mismo y el día de su dios-mismo,
Y que la piedra angular del templo no es más alta que la piedra más baja de sus cimientos.

Las Leyes

Entonces un abogado dijo, «¿Pero qué de nuestras leyes, maestro?»

Y él contestó:

Te encanta establecer las leyes,

Pero te encanta más romperlas.

Como niños jugando al lado del océano que construyen torres de arena con constancia y después las destruyen con risa.

Pero mientras construyes tus torres de arena el océano trae más arena a la orilla,

Y cuando las destruyes, el océano se ríe contigo.

En verdad el océano se ríe siempre con el inocente.

Pero, ¿qué de los para quienes la vida no es un océano, y las leyes de los hombres no son torres de arena,

Sino para quienes la vida es una piedra, y la ley un cincel con el qual cincelarían en ella sus propios parecidos?

¿Qué del lisiado que los odia a los bailadores?

¿Qué del buey a que le encanta su yugo y que los estima los alces y ciervos del bosque perdidos y vagabundos?

¿Qué del serpiente viejo que no puede mudar de su piel, y les llama a los otros desnudos y sinverguenzas?

Y, ¿de él que llega temprano a la fiesta de boda, y cuando se está hartado y cansado se va dijiendo que todas las fiestas son violaciones y que todos que asisten a ellas quebrantan la ley?

¿Qué diré acerca de éstes salvo que ellos también se hallan en la luz del sol, pero con las espaldas hacia el sol?

Ellos ven sólo sus sombras, y sus sombras son sus leyes.

Y, ¿qué es el sol para ellos sino algo que proyecta sombras?

Y, ¿qué es reconocer las leyes sino agacharse y calcar sus sombras en la tierra?

Pero tú que andas con frente al sol, ¿cuáles imagenes dibujadas en la tierra pueden detenerte?

Tú que viajas con el viento, ¿cuál veleta te dirige el rumbo?

¿La ley de cuál hombre te ata si rompes tu yugo pero no en la puerta de cárcel de nadie?

¿De cuáles leyes tendrás miedo si bailas pero no torpezas contra las cadenas de hierro de nadie?

Y, ¿quién es él que te trae a juicio si te quitas tu ropa pero no la dejas en el paso de nadie?

Gente de Orfalese, pueden amortiguar el tambor y pueden aflojar las cuerdas del laúd, pero, ¿quién le mandará la alondra que no cante?



 La Libertad

Y un orador dijo, «Háblenos de la Libertad».

Y él contestó:

En la puerta de la ciudad y al lado de tu chimenea te he visto postrarte y adorar tu propia libertad,

Mientras esclavos se humillan ante un tirano y lo alaban aunque los mata,

Sí, en la arboleda del templo y en la sombra de la ciudadela he visto los más libres de Uds. llevar su libertad como yugo y esposas.

Y mi corazón se sangró adentro; porque sólo se puede estar libre cuando el deseo de buscar la libertad se vuelve en arnés, y cuando se deja de hablar de la libertad como meta y realización.

Estarás libre de verdad no cuando tus días sean sin preocupación y tus noches sin deseo o pena,
Sino cuando éstos te ciñen la vida, pero subes encima de ellos desnudo y desatado.

Y, ¿cómo subirás más allá de tus días y noches a menos que rompas las cadenas que tú, en el amanecer de tu entendimiento, te has sujetado a tu mediodía?

En verdad lo que tú llamas la libertad es la más fuerte de estas cadenas, aunque sus eslabones brillan en el sol y te deslumbran los ojos.

Y, ¿qué es sino fragmentos de ti mismo de que desharías para estar libre?

Si es una ley injusta que abolirías, esa ley fue escrita con tu propia mano en tu propia frente.

No puedes borrarla por quemar los libros de ley ni por lavarles las frentes de tus jueces, aunque viertas el mar en ellos.

Y si es el déspota que destronarías, asegúrate primero que su trono erigido dentro de ti esté destruído.

Porque, ¿cómo puede gobernar un tirano a los libres y los orgullos sino por una tiranía en la libertad propia de ellos y una vergüenza propia en su orgullo?

Y si es una preocupación de la cual te desharías, esa preocupación fue escogida por ti en vez de ser impuesta en ti.

Y si es un miedo que disiparías, la sede de ese miedo está en tu corazón y no en la mano de él a quien temes.

En verdad todo se mueve dentro de tu propio ser en medio-abrazo constante, lo deseado y lo temido, lo repugnante y lo querido, lo buscado y eso de lo que quieres escapar.

Estas cosas se mueven dentro de ti como luces y sombras en parejas que se agarran.

Y cuando la sombra se atenúa y no está jamás, la luz que se queda se vuelve en una sombra para otra luz.

Y así tu libertad cuando pierde sus grilletes se vuelve en grillete de una libertad más grande.


 La Razón y la Pasión

Y la sacerdotisa habló otra vez y dijo:

«Háblenos de la Razón y la Pasión».

Y él contestó diciendo:

Tu alma muchas veces es un campo de batalla, en el cual tu razón y tu juicio prosiguen la guerra contra la pasión y tu apetito.

Que pudiera yo ser un pacificsta en tu alma, que pudiera cambiar la discordia y la rivalidad de tus elementos en unidad y melodía.

Pero, ¿cómo puedo yo, a menos que Uds. mismos sean también los pacifistas, o mejor, quieran a todos sus elementos?

Tu razón y tu pasión son el timón y las velas de tu alma marinera.

Si o tus velas o tu timón esté roto, sólo puedes sacudir e ir a la deriva o pararte en el medio del mar.

Porque la razón, dictaminando sola, es una fuerza limitadora; y la pasión, desatentada, es una llama que se quema hasta su propia destrucción.

Por eso deja a tu alma que exalte tu razón a la alteza de la pasión, para que cante;

Y que ella dirija tu pasión con razón, para que tu pasión viva por su propia resurreción diaria, y como el fénix suba arriba de sus propias cenizas.

Quiero que pienses en tu juicio y tu apetito como pensarías en dos huéspedes queridos en tu casa.

Claro que no lo honrarías al uno más que al otro; porque él que le presta más atención al uno pierde el amor y la fe de los dos.

Entre las colinas, cuando estás sentado en la sombra fresca de los álamos blancos, intercambiando la paz y serenidad de campos y prados distantes — entonces que tu corazón diga en silencio, «Dios se descansa con la razón».

Y cuando la tormenta viene, y el viento poderoso sacude el bosque, y trueno y relámpagos proclaman la majestad del cielo — entonces que tu corazón diga en sobrecogimiento, «Dios se mueve con la pasión».

Y porque eres un aliento en la esfera de Dios, y un hoja en el bosque de Dios, tú también debes descansarte con la razón y moverte con la pasión.


 El Dolor

Y una mujer habló, diciendo, «Háblenos del Dolor».

Y él dijo:

Tu dolor es el romper del caparazón que encierra tu entendimiento.

Como la cáscara de la fruta tiene que romperse, para que su corazón pueda estar en el sol, también tienes que conocer el dolor.

Y si pudieras mantenerte el corazón con asombro acerca de los milagros diarios de tu vida, tu dolor no parecería menos maravilloso que tu alegría;

Y aceptarías las estaciones de tu corazón, como siempre has aceptado las estaciones que pasan sobre tus campos.

Y mirarías con serenidad por los inviernos de tu dolor.

Mucho de tu dolor es escogido por ti mismo.

Es la poción amarga que es usado por el médico adentro de ti para sanarte a ti mismo.

Por eso confía en el médico, y bebe su remedio en silencio y tranquilidad:

Porque su mano, aunque está pesada y dura, es guiado por la mano cariñoso del No Visto,

Y la taza que trae, aunque te quema los labios, está hecha de la arcilla que el Alfarero ha humedecido con Sus propias lágrimas sagradas.


 El Conocimiento de Sí Mismo


Y un hombre dijo, «Háblenos del conocimiento de sí mismo».

Y él contestó, diciendo:

Sus corazones saben en silencio los secretos de los días y las noches.

Pero tus orejas anhelan el sonido del conocimiento de sus corazones.

Quieren saber en palabras lo que siempre han sabido en pensamiento.

Quieren tocar con los dedos el cuerpo desnudo de sus sueños.

Y es bueno que esto quieren.

El manantial escondido de tu alma tiene que levantarse y correr murmurando al mar;

Y el tesoro de tus profundidades infinitas te sería revelado a los ojos.

Pero que no haya escalas para pesar tu tesoro desconocido;

Y no busques las profundidades de tu conocimiento ni con bastón ni con plomada.

Porque el yo es un mar sin límite y sin medida.

No digas, «He hallado la verdad», sino, «He hallado una verdad».

No digas, «He hallado el camino del alma». Sino di, «He conocido al alma que anda en mi camino».

Porque el alma anda en todos los caminos.

El alma no anda en una línea, tampoco se crece como un junco.

El alma se desplega, como una loto de pétalos incontables.






 La Enseñanza

Entonces dijo un maestro, «Háblenos de la Enseñanza».

Y él dijo:

Nadie puede revelarte nada sino lo que ya está medio-dormido en el amanecer de nuestro conocimiento.

El maestro que anda en la sombra del templo, entre sus seguidores, no les da su sabiduría sino su fe y su cariño.

Si él de veras es sabio, no te pide que entres a la casa de la sabiduría, sino te guía al umbral de tu propia mente.

El astrónomo tal vez te habla sobre su entendimiento del espacio, pero él no puede darte su entendimiento.

El músico tal vez te canta sobre el ritmo que está en todo espacio, pero él no puede darte el oído que capta el ritmo ni la voz que lo repite.

Y él que es versado en la sciencia de los números puede hablar de las regiones de la pesa y la medida, pero no puede conducirte allá.

Porque la visión de uno no le da prestados sus alas a otro.

Y mientras cada uno de Uds. está solo en el conocimiento de Dios, así cada uno tiene que estar solo en su conocimiento de Dios y su conocimiento de la tierra.


 La Amistad

Y un mozo dijo, «Háblenos de la Amistad».

Tu amigo es tu necesidad resuelta.

Él es tu campo, el cual sembras con amor y cosechas con agradecimiento.

Y él es tu mesa y tu chimenea.

Porque a él vienes con tu hambre, y lo buscas para la paz.

Cuando tu amigo dice lo que piensa no tienes miedo del «no» en tu propia mente, ni ocultas el «sí».

Y cuando él está callado, tu corazón no deja de escucharle a su corazón;

Porque sin sus palabras, en la amisatad, todos los pensamientos, todos los deseos, todas las expectativas se nacen y se comparten, con alegría que no está retenida.

Cuando le despides a tu amigo, no te apenas;

Porque lo que quieres más en él puede ser más despejado en su ausencia, como la montaña para el alpinista es más nítida desde la llanura.

Y que no haya ningún propósito de la amistad salvo profundizar el espíritu.

Porque el amor que busca algo salvo la revelación de su propio misterio no es el amor sino una red echada: y sólo lo infructuoso es cogido.

Y que lo mejor de ti sea para tu amigo.

Si él tiene que saber el reflujo de tu marea, que él sepa su flujo también.

Porque, ¿qué es tu amigo que debes buscarlo con horas para matar?

Búscalo siempre con horas para vivir.

Porque es suyo llenarte tu necesidad, pero no tu vacío.

Y que en la dulzura de la amistad haya la risa, y el intercambio de placeres.

Porque en el rocio de las cositas el corazón halla su madrugada y es refrescado.

 El Tiempo

Y un astrónomo dijo, «Maestro, ¿qué del Tiempo?»

Y él contestó:
Medirías el tiempo, el sin límite y el inconmensurable.

Ajustarías tu comportamiento y hasta dirigir el rumbo de tu espíritu según horas y las estaciones.

Del tiempo harías un arroyo en cuya orilla te sentarías y mirarlo fluyendo.

Pero lo eterno dentro de ti es consciente de la eternidad de la vida,

Y sabe que ayer sólo es la memoria de hoy y mañana es el sueño de hoy.

Y lo que canta y considera dentro de ti todavía habita dentro de los bordes de ese primer momento que salpicó las estrellas en el espacio.

Y, ¿quién de Uds. no se siente que su poder de amar es sin límite?

Pero, ¿quién no se siente ese mismo amor, aunque es sin límite, contenido en el centro de su ser, y no moviéndose de pensamiento del amor a pensamiento del amor, ni de acto del amor a otro acto del amor?

Y, ¿el tiempo no es como el amor, íntegro y sin ritmo?

Pero, si en tu pensamiento tienes que medir el tiempo por estaciones, que cada estación rodee todas las otras estaciones,

Y que hoy abrace al pasado con recuerdo y al futuro con anhelo.


 El Bien y el Mal


Y uno de los ancianos de la ciudad dijo, «Háblanos del Bien y el Mal».

Y él contestó:

Del bien en ti puedo hablar, pero no del mal.

Porque, ¿qué es el mal sino el bien torturado por su propia hambre y sed?

Sí, cuando el bien tiene hambre, busca comida aun en cuevas oscuras, y cuando tiene sed, bebe aun de aguas muertas.

Eres bueno cuando estás unido a ti.

Pero cuando no lo estás no eres malo.

Porque una casa desavenida no es un antro de ladrones; sólo es una casa partida.

Y una nave sin timón puede vagar sin rumbo entre islas peligrosas mas sin hundirse en el fondo.

Eres bueno cuando te esfuerzas en dar de ti.

Pero no eres malo cuando buscas ganar algo para ti.

Porque cuando te esfuerzas por obtener no eres sino una raíz que se aferra a la tierra y mama de su pecho.

Claro que la fruta no puede decirle a la raíz, «Sé como yo, madura y completa y da siempre de tu abundancia».

Pues para la fruta dar es una necesidad, como recibir es una necesidad para la raíz.

Eres bueno cuando eres lúcido en tu hablar,

Pero no eres malo cuando duermes mientras tu lengua se tambalea sin propósito.

Y aun un habla tambaleante puede fortalecer una lengua débil.

Eres bueno cuando avanzas a tu meta, firme y con pasos valientes.

Pero no eres malo cuando te diriges cojeando hacia ella.

Aun los que cojean no retroceden.

Pero Uds. que son fuertes y rápidos, cuídense de no cojear ante los cojos, creyendo que eso es amabilidad.

Eres bueno de innumerables maneras, y no eres malo cuando no eres bueno,

Sólo andas holgazán y perezoso.
Qué lástima que los ciervos no puedan enseñarles rapidez a las tortugas.

En tu anhelo por tu yo más elevado se halla tu bien: y ese anhelo está dentro de todos Uds.

Sin embargo en algunos ese anhelo es un torrente que se precipita con fuerza hacia el mar llevando los secretos de las colinas y las canciones del bosque.

Y en otros es un arroyo tranquilo que se pierde y se detiene en ángulos y curvas antes de alcanzar la orilla.

Pero no vaya a decirle el que anhela mucho a quien anhela poco: «¿Por qué eres tan lento y vacilante?»

Pues el bueno de verdad no le pregunta a los desnudos, «¿Dónde están tus prendas?», ni a los sin techo, «Qué ha pasado con tu casa?»



 El Rezo

Entonces una sacerdotista dijo, «Háblenos del Rezo».

Y él contestó, diciendo:

Rezas en tu angustia y tu necesidad; que pudieras rezar también en la plenitud de tu alegría y en tus días de abundancia.

Porque, ¿qué es el rezo sino la expansión de tú mismo en el éter vivo?

Y si es para tu comodidad que vertes tu oscuridad en el espacio, también es para tu alegría que vertes el almancer de tu corazón.

Y si no puedes sino llorar cuando tu alma te convoca a rezar, ella debe espolearte vez tras vez, aunque llores, hasta que vengas riendo.

Cuando rezas ascendes para conocer en el aire a ellos que rezan en esa misma hora, y a quienes salvo en el rezo tal vez no conocerás.

Por eso, que tu visita a ese templo invisible no sirva para nada sino el éxtasis y la comunión dulce.

Porque si entras el templo con ninguna intención salvo pedir no recibirás.

Y si entras para hacerse humilde no serás ascendido:

Aunque entres para pedir lo bueno para otros no serás oído.

Bastas con entrar el templo invisible.

No puedo enseñarte a rezar con palabras.

Dios no te escucha las palabras salvo cuando Él Mismo las dice por tus labios.
Y no puedo enseñarte el rezo de las mares y de los bosques y de las montañas.

Pero Uds. que se nacen de las montañas y los bosques y las mares pueden hallar el rezo de ellos en el corazón,

Y si sólo escuchas en la tranquilidad de la noche y los oirás decir en el silencio,

«Nuestro Dios, quien es nuestros mismos alados, es tu voluntad en nosotros que quiere.

Es tu deseo en nosotros que desea.

Es tu impulso en nosotors que volvería nuestras noches, que son tuyas, en días que son tuyos también.

No podemos pedirte nada, porque tú sabes nuestras necesidades antes que de se nazcan en nosotros:

Tú eras nuestra necesidad; y por darnos más de tú mismo nos lo das todo.»


 El Placer

Entonces un ermitaño, que visitaba a la ciudad una vez al año, hizo paso adelante y dijo, «Háblenos de el Placer».

Y él contestó, diciendo:

El placer es una canción de libertad,
Pero no es la libertad.

Es el florecer de sus deseos,

Pero no es las frutas de los deseos.

Es una profundidad llamando a una cima,

Pero no es ni lo profundo ni lo alto.

Es el enjaulado alzando el vuelo,

Pero no es el espacio abarcado.

Sí, verdaderamente, el placer es una canción de libertad.

Y yo les pediría que lo canten con hartura del corazón; pero no les pediría que pierdan sus corazones por el cantar.

Algunos de sus jovenes buscan el placer como lo fuera todo, y son juzgados y reprendidos.

Yo no los juzgaría ni los reprendería. Yo les pediría que busquen.

Porque hallarán al placer, pero no sólo a él:

Siete son sus hermanos, y el menor de ellos es más bello que el placer.

¿Uds. no han oído del hombre que cavaba en la tierra en búsqueda de raices y halló un tesoro?

Y algunos de sus ancianos recuerdan placeres con lástima como malos hechos por borrachera.

Pero la lástima obnubila el cerebro y no lo castiga.

Ellos deben recordar sus placeres con gratitud, como recordarían la cosecha del verano.

Pero si les consuela lastimar, que estén consolados.

Y hay ellos entre Uds. que no son ni bastante jóvenes para buscar ni bastante viejos para recordar;

Y por su miedo de buscar y recordar rehuyen todos los placeres, para que no descuiden al espíritu ni cometan delito contra él.

Pero aun su rehuir es su placer.

Y así ellos también hallan un tesoro aunque cavan para raíces con manos que tiemblan.

Pero díganme, ¿quién puede cometer delito contra el espíritu?

¿El ruiseñor comete delito contra la tranquilidad de la noche, o la luciérnaga contra las estrellas?

¿Y con fuego o humo cargan al viento?

¿Creen Uds. que el espíritu es un charco que pueden molestar con un bastón?

Muchas veces en negarse a Uds. mismos el placer sólo guardan el deseo en lo más recóndito de sus seres.

¿Quién sabe que lo que parece omitido hoy no espera hasta mañana?

Hasta sus cuerpos saben su patrimonio y su necesidad legítima y no pueden ser engañados.

Y sus cuerpos son las arpas de sus almas,

Y les toca a Uds. sacar música dulce de ellas o sonidos confundidos.

Y ahora pregunten en el corazón, «¿Cómo distinguiremos lo bueno del placer de lo malo?»

Ven a sus campos y sus jardines, y aprenderán que es el placer de la abeja recoger miel de la flor,

Pero también es el placer de la flor darle su miel a la abeja.

Porque para la abeja la flor es un fuente de la vida,

Y para la flor la abeja es un mensajero del amor,

Y para las dos, la abeja y la flor, el dar y el recibir de el placer es una necesidad y un éxtasis.

Gente de Orphalese, sean en sus placeres como las flores y las abejas.


 La Belleza

Y un poeta dijo, «Háblenos de la Belleza».

¿Dónde buscarás la belleza, y cómo la hallarás a menos que ella misma sea tu vía y tu guía?

Y, ¿cómo hablarás de ella a menos que ella sea la tejedora de tu habla?

Los apenados y los heridos dicen, «La belleza es simpática y cariñosa.

Como una joven madre medio-tímida de su propia gloria ella anda entre nosotros».

Y los apasionados dicen, «No, la belleza es cosa de fuerza y temor.

Como la tempestad ella sacude la tierra debejo de nosotros y el cielo encima».

Los cansados y los rendidos dicen, «La belleza es de sussuros bajos. Ella habla en nuestro espíritu.

Su voz abre paso a nuestros silencios como la luz débil que tembla de miedo de la sombra».

Pero los inquietos dicen, «La hemos oído gritar entre las montañas,

Y con sus gritas vino el sonido de cascos, y de alas y de rugidos de leones».

En la noche los vigilantes dicen, «La belleza subirá con el almancer desde el este.»

Y en el mediodía los trabajadores y los caminantes dicen, «La hemos visto doblada encima de la tierra desde las ventanas de la puesta del Sol».

En el invierno dicen los atados por la nieve, «Ella vendrá con la primavera saltando por las colinas».

Y en el calor del verano los cosechadores dicen, «La hemos visto bailando con las hojas del otoño, y le vimos un cúmulo de nieve en el pelo».

Todas de estas cosas Uds. han dicho de la belleza.

Pero de verdad hablaron no de ella sino de necesidades satisfechas,

Y la belleza no es una necesidad sino un éxtasis.

No es una boca con sed ni una mano vacía extendida,

Sino un corazón en fuego y un alma encantado.

No es el imagen que verían ni la canción que oirían,

Sino un imagen que ven aunque se cierran los ojos y una canción que oyen aunque se cierran el oído.

No es la savia dentro de la corteza cavado, ni una ala sujetada a una garra,

Sino un jardín siempre en flor y una bandada de ángeles siempre en vuelo.

Gente de Orphalese, la belleza es la vida cuando la vida revela su cara sagrada.

Pero Uds. son la vida y Uds. son el velo.

La belleza es la eternidad mirándose en el espejo.

Pero Uds. son la eternidad y Uds. son el espejo.






 La Religión


La Religión

Y un viejo sacerdote dijo: Háblanos de la Religión.

Y él respondió:

¿Acaso he hablado hoy de otra cosa?

¿No son todos los actos y todas las reflexiones, religión? ¿Y aún aquello que no es acto ni pensamiento, sino un milagro y una sorpresa brotando siempre en el alma, aun cuando las manos pican la piedra o atienden el telar?

¿Quién puede separar su fe de sus acciones o sus creencias de sus ocupaciones?

¿Quién puede desplegar sus horas ante sí mismo diciendo: "Esto para Dios y esto para mí; esto para mi alma y esto para mi cuerpo?"

Todas nuestras horas son alas que baten a través del espacio de persona a persona.

El que usa su moralidad como su más bella vestidura mejor estaría desnudo.

El sol y el viento no desgarrarían su piel.

Y aquel que define su conducta por medio de normas, apresará su pájaro cantor en una jaula.

El canto más libre no sale detrás de alambres ni barrotes.

Y aquél para quien la adoración es una ventana que puede abrirse pero también cerrarse, no ha visitado aún la mansión de su espíritu cuyas ventanas se extienden desde el alba hasta el alba.

Vuestra vida de todos los días es vuestro templo y vuestra religión.

Cada vez que en él entréis llevad con vosotros todo lo que tenéis.

Llevad el arado y la fragua, el martillo y el laúd.

Las cosas que habéis hecho por gusto o por necesidad. Porque en recuerdos, no podéis elevaros por encima de vuestras obras ni caer más bajo que vuestros fracasos.

Y llevad con vosotros a todos los hombres.

-Porque, en la adoración, no podéis volar más álto que sus esperanzas ni humillaros más bajo que su desesperación.

Y si llegáis a conocer a Dios, no os convirtáis en aclaradores de enigmas.

Mirad más bien alrededor de vosotros y lo veréis jugando con vuestros hijos.

Y mirad hacia el espacio; lo veréis caminando en la nube, desplegando sus brazos en el rayo y descendiendo en la lluvia. Lo veréis sonriendo en las flores y elevándose luego para agitar sus manos en los árboles.


 La Muerte


La Muerte

Almitra, entonces, habló, diciendo: Os preguntaríamos ahora sobre la Muerte.

Y él respondió:

Desearíais saber el secreto de la muerte.

¿Pero cómo lo encontraréis a menos de buscarlo en el corazón de la vida?

El mochuelo, cuyos ojos atados a la noche son ciegos en el día, no puede descubrir el misterio de la luz.

Si, en verdad, queréis contemplar el espíritu de la muerte, abrid de par en par vuestro corazón en el cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son una, así como el río y el mar son uno también.

En el arcano de vuestras esperanzas y deseos reposa vuestro conocimiento silencioso del más allá.

Y, como las semillas soñando bajo la nieve, vuestro corazón sueña con la primavera.

Confiad en los sueños, porque en ellos el camino a la eternidad está escondido.

Vuestro miedo a la muerte no es más que el temblor del pastor cuando está en pie ante el rey, cuya mano va a posarse sobre él como un honor.

¿No está, acaso, contento el pastor, bajo su miedo de llevar la marca del rey?

¿No lo hace eso, sin embargo, más conciente de su temblor?

Porque, ¿qué es morir sino erguirse desnudo?

Y, ¿qué es dejar de respirar, sino el liberar el aliento de sus inquietos vaivenes para que pueda elevarse y expandirse y, ya sin trabas, buscar a Dios?

Sólo cuando bebáis el río del silencio cantaréis de verdad. Y, cuando hayáis alcanzado la cima de la montaña es cuando comenzaréis a ascender.

Y, cuando la tierra reclame vuestros miembros, es cuando bailaréis de verdad.


 La Despedida


La Despedida

Y era ya la noche.

Y Almitra, la profetisa, dijo: Sea bendecido este día y este lugar y tu espíritu que ha hablado.

Y el respondió, ¿Fui yo el qué habló? ¿No fui también uno de los que escucharon?

Descendió, entonces, las gradas del Templo y todo el pueblo lo siguió. Y él llegó a su barco y se irguió sobre el puente.

Y, mirando de nuevo a la gente, alzó la voz y dijo: Pueblo de Orfalese: el viento me obliga a dejaros. No tengo la prisa del viento, pero debo irme.

Nosotros, los trotamundos, buscando siempre el camino más solitario, no comenzamos un día donde hemos terminado otro y no hay aurora que nos encuentre donde nos dejó el atardecer.

Viajamos aún cuando la tierra duerme.

Somos las semillas de una planta tenaz y es en nuestra madurez y plenitud de corazón que somos dados al viento y esparcidos por doquier.

Breves fueran mis días entre vosotros y aún más breves las palabras que he dicho.

Pero, si mi voz se hace débil en vuestros oídos y mi amor se desvanece en vuestra memoria, entonces, volveré.

Y, con un corazón más rico y unos labios más dóciles al espíritu, hablaré.

Sí, he de volver con la marea.

Y, aunque la muerte me esconda y el gran silencio me envuelva, buscaré, sin embargo, nuevamente vuestra comprensión.

Y mi búsqueda no será en vano:

Si algo de lo que he dicho es verdad, esa verdad se revelará en una voz más clara y en palabras más cercanas a vuestros pensamientos.

"Me voy con el viento, pueblo de Orfalese, pero no hacia la nada."

Y, si este día no es la realización plena de vuestras necesidades y mi amor, que sea una promesa hasta que otro día llegue.

Las necesidades del hombre cambian, pero no su amor, ni su deseo de que este amor satisfaga sus necesidades.

Sabed, pues, que desde el silencio más grande, volveré.

La niebla que se aleja en el alba, dejando solamente el rocío sobre los campos, se eleva y se hace nube para caer después en lluvia.

Y yo no he sido diferente de la niebla.

En la quietud de la noche he caminado por vuestras calles y mi espíritu entró en vuestras casas.

Y los latidos de vuestro corazón estuvieron en mi corazón y vuestro aliento se posó en mi cara y yo os conozco a todos. Y, a menudo, fui entre vosotros como un lago entre montañas.

Reflejé vuestras cumbres y vuestras laderas y aun el pasar de vuestros pensamientos y vuestros deseos, en manadas.

Y vino a mi silencio el reír de vuestros niños en torrentes y los anhelos de vuestra juventud en ríos.

Y, cuando llegaron a lo más profundo de mi ser, los torrentes y los ríos no cesaron de cantar.

Pero algo más dulce aún que las risas y más grande que los anhelos llegó a mí.

Fue lo ilimitado en vosotros.

El hombre inmenso del que sois apenas las células y los nervios.

Aquél en cuyo canto todo vuestro cantar no es más que un latido sordo.

Es en el hombre inmenso, en el que sois inmensos. Y es al mirarlo que yo os ví y os amé.

Porque, ¿qué distancias puede alcanzar el amor que no estén en esa esfera inmensurable?

¿Qué visiones, qué presunciones pueden superar ese vuelo?

Como un roble gigante, cubierto de flores de manzano, es el hombre inmenso en vosotros.

Su poder os ata a la tierra, su fragancia os eleva en el espacio y, en su durabilidad, sois inmortales.

Se os ha dicho que, como una cadena, sois tan fuertes como vuestro más débil eslabón.

Eso es sólo una verdad a medias. Sois también tan fuertes como vuestro eslabón más fuerte.

Mediros por vuestra más pequeña acción es como calcular el poder del océano por la fragilidad de su espuma.
Juzgaros por vuestras fallas es como culpar a las estaciones por su inconstancia.

¡Ay! Sois como un océano.

Y, aunque barcos pesados esperan la marea en vuestras playas, como el océano, no podéis apurar vuestras mareas.

Y, sois también como las estaciones.

Y, aunque en vuestro invierno neguéis vuestra primavera, la primavera, reposando en vosotros, sonríe en su ensoñación y no se ofende.

No penséis que yo os hablo así para que vosotros os digáis el uno al otro: "Nos alabó. No ha visto más que lo bueno que hay en nosotros."

Sólo os digo yo en palabras lo que vosotros mismos sabéis en pensamiento.

Vuestros pensamientos y mis palabras son ondas de una memoria sellada que guarda el registro de nuestros ayeres.

Y de los antiguos días, cuando la tierra no nos conoció ni se conoció ella misma.

Y de las noches cuando la tierra estuvo atormentada en confusión.

Sabios vinieron a vosotros a daros de su sabiduría. Yo he venido a tomar de vuestra sabiduría.

Y he aquí que he hallado lo que es más grande que la sabiduría misma. Es un espíritu ardiente en vosotros que junta cada vez más de él mismo.

Mientras vosotros, ausentes de su expansión, lloráis el marchitarse de vuestros días.

Es la vida en busca de vida en los cuerpos que temen la tumba. No hay tumbas aquí.

Estas montañas y llanuras son una cuna y un peldaño. Cada vez que paséis cerca del campo, donde dejasteis a vuestros antecesores reposando, mirad bien y os veréis vosotros mismos y veréis a vuestros hijos danzando de la mano. En verdad, os divertís a menudo sin saberlo.

Otros han venido a quienes, por doradas promesas hechas a vuestra fe, habéis dado riquezas y poder y gloria.

Menos que una promesa os he dado yo y, sin embargo, habéis sido más generosos conmigo.

Me habéis dado la sed más profunda para mi vida futura. No hay seguramente para un hombre regalo más grande que aquel que hace de todos sus anhelos unos sedientos labios y de toda su vida una fontana fresca.

Y allí mi honor y mi premio:

Que, cada vez que voy a la fuente a beber, encuentro el agua viviente sedienta ella misma; y ella me bebe mientras yo la bebo.
Algunos de vosotros me habéis juzgado orgulloso y exageradamente esquivo para recibir regalos.

Soy, en verdad, demasiado orgulloso para recibir salario, pero no regalos.

Y aunque he comido bayas entre las colinas, cuando hubierais querido sentarme a vuestra mesa.

Y dormido en el pórtico del templo cuando me hubierais acogido gozosamente, ¿no fue acaso vuestro cuidado amante de mis días y mis noches el que hizo la comida dulce a mi boca y ciñó con visiones mi sueño?

Yo os bendigo aún más por esto: Vosotros dais mucho y no sabéis qué dais. Verdaderamente, la bondad que se mira a sí misma en un espejo se convierte en piedra.

Y una buena acción que se llama a ella misma con nombres tiernos se transforma en pariente de una maldición. Y algunos de vosotros me habéis llamado solitario y embriagado en mi propio aislamiento.

Y habéis dicho: "Se consulta con los árboles del bosque, pero no con los hombres.

Se sienta, solitario en las cumbres de los montes y mira nuestra ciudad a sus pies.

¿Cómo podría haberos visto sino desde una gran altura o de una gran distancia?

¿Cómo se puede estar cerca de verdad, a menos que se esté lejos?

Y otros, entre vosotros, me han llamado sin palabras, diciendo: "Extranjero, extranjero, amante de cumbres inalcanzables, ¿por qué habitas entre las cimas, donde las águilas hacen sus nidos? ¿Por qué buscas lo inobtenible?

¿Qué tormentas quieres atrapar en tu red? ¿Y qué vaporosos pájaros cazas en el cielo? Ven y sé uno de nosotros.

Desciende y calma tu hambre con nuestro pan y apaga tu sed con nuestro vino.

En la soledad de sus almas decían esas cosas.

Pero, si su soledad hubiera sido más profunda, hubieran sabido que lo que yo buscaba era el secreto de vuestra alegría y vuestro dolor.

Y que cazaba solamente lo más grande de vuestro ser, que camina por el cielo.

Pero el cazador fue también el cazado.

Porque muchas de mis flechas dejaron mi arco solamente para buscar mi propio pecho.

Y el que volaba se arrastró también.

Porque, cuando mis alas se extendían al sol, su sombra sobre la tierra fue una tortuga.

Y el creyente fue también el escéptico;

Porque yo he puesto a menudo mi dedo en mi propia herida para poder creer más en vosotros y conoceros mejor. Y es con esa fe y ese conocimiento que os digo:

No estáis encerrados en vuestro cuerpo, ni confinados a vuestras casas o campos.

Aquello que en vosotros habita sobre las montañas y pasea con el viento.

No es esa cosa que se arrastra bajo el sol buscando calor o excava agujeros en la oscuridad, buscando refugio.

Sino algo libre, un espíritu que envuelve la tierra y se mueve en el éter.

Si éstas son palabras vagas, no busquéis aclararlas.

Vago y nebuloso es el principio de todas las cosas, pero no su fin. Y yo desearía que me recordárais como un comienzo.

La vida, y todo lo que vive, son concebidos en la bruma y no en el cristal.

¿Y quién sabe si el cristal no es la decadencia de la bruma?

Yo desearía que recordárais esto al recordarme:

Aquello que parece más débil y turbado en vosotros es lo más fuerte y lo más determinado.

¿No es vuestro aliento el que ha erigido y endurecido la estructura de vuestros huesos?

¿Y no es un sueño, que ninguno de vosotros recuerda haber soñado, el que edificó vuestra ciudad e hizo todo lo que en ella hay?

Si pudierais ver las mareas de ese aliento, dejaríais de ver todo lo demás.

Y, si pudierais oír el murmullo del sueño, no oiríais ningún otro sonido.

Pero no veis ni oís, y eso está bien.

El velo que nubla vuestros ojos será levantado por las manos que lo hilaron.

Y la arcilla que llena vuestros oídos será horadada por aquellos dedos que la amasaron.

Y veréis.

Y oiréis.

Y no deploraréis, entonces, el haber conocido la ceguera, ni sentiréis haber estado sordos.

Porque ese día conoceréis el propósito escondido de todas las cosas. Y bendeciréis la oscuridad como bendecíais la luz.

Estas cosas dichas, miró a su alrededor y vio al piloto de su barco de pie ante el timón y mirando, ora a las henchidas velas, ora a la distancia.

Y dijo:

Paciente, más que paciente, es el capitán de mi barco.

El viento sopla y las velas están inquietas. Aún el timón solicita una ruta.

Y, sin embargo, tranquilamente, mi capitán espera mi silencio.

Y esos mis marineros, que han oído el coro del inmenso mar, tienen también que oírme pacientemente.

Pero no esperarán ahora ya.

Estoy presto.

La corriente ha llegado al mar y, una vez más, la gran madre aprieta a su hijo contra su pecho.

Adiós, pueblo de Orfalese.

Este día ha terminado.

Se está cerrando sobre nosotros como un nenúfar se cierra sobre su propio mañana.

Guardamos lo que aquí nos ha sido dado,

Y, si no es suficiente, nos reuniremos de nuevo y juntos tenderemos nuestras manos hacia el dador.

No olvidéis que yo volveré hacia vosotros.

Un momento, no más, y mi anhelo reunirá espuma y polvo para otro cuerpo.

Un momento, un momento de descanso en el viento, y otra mujer me llevará consigo.

Adiós a vosotros y a la juventud que he pasado con vosotros. Fue ayer que nos encontramos en mi sueño.

Habéis cantado para mí en mi soledad, y yo, de vuestras ansias, he edificado una torre en el cielo.

Pero ahora nuestro sueño se ha ido y ya no es la aurora. El mediodía está sobre nosotros y nuestra somnolencia se ha cambiado en día pleno, y debemos separarnos.

Si, en el crepúsculo del recuerdo, nos encontráramos una vez más hablaremos juntos de nuevo y me cantaréis una canción más honda.

Y, si nuestras manos se unieran en otro sueño, levantaremos otra torre en el cielo.

Diciendo así, hizo una seña a los hombres de mar e, inmediatamente, ellos levaron anclas, soltaron las amarras y se movieron hacia el este.

Y un grito nació de la gente, como de un solo corazón y se elevó en el crepúsculo y se arrastró sobre el mar como un sonar de trompetas.

Sólo Almitra estaba silenciosa, siguiendo al barco con los ojos hasta que se desvaneció en la niebla.

Y, cuando toda la gente se dispersó, ella estaba todavía -sóla sobre el muro que da al mar, recordando en su corazón lo que él dijera:

"Un momento, un momento de descanso en el viento, y otra mujer me llevará consigo."



Traducción del inglés por Zach Powell. 


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