Una temporada en el
Infierno
Jean
Arthur Rimbaud
BIOGRAFÍA
DEL AUTOR
Jean
Nicolás Arthur Rimbaud (Charleville, 20
de octubre de 1854 ` Marsella, 10 de noviembre de 1891) fue uno de los más
grandes poetas franceses, adscrito unas veces al movimiento simbolista, junto a
Mallarmé, y otras al decadentista, junto a Verlaine. Escribió sus primeros
versos cuando apenas contaba con quince años y dejó para siempre la literatura
a la prematura edad de veinte. Para él, el poeta debía de hacerse `vidente` por
medio de un `largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos`. Huyó
a París en febrero y fue testigo de los disturbios provocados por la amnistía
decretada por el gobierno de Versalles. Volvió con su familia en marzo, en
plena Comuna, y publicó la famosa Carta del vidente. Auténtico credo estético,
la Carta definía al poeta del futuro como un «ladrón de fuego» que busca la
alquimia verbal y lo desconocido a través de un «largo, inmenso y razonado
desarreglo de todos los sentidos». Verlaine, a quien había enviado algunos
poemas, le invitó a París. Rimbaud llegó con un poema, El barco ebrio, quizás
la mayor expresión de su genio visionario, que impresionó profundamente a su
anfitrión. En París, se integró enseguida en el círculo literario del club
zutista y escribió el Álbum zutique. Tras una breve estancia en Charleville,
donde compuso algunos poemas sencillos, más o menos místicos, nació una
tormentosa relación amorosa con Verlaine, que empezó en el Barrio Latino de
París, en mayo de 1872. Tras abandonar a su esposa, Mathilde, Verlaine se
instaló con él en Bruselas y más tarde en Londres, para experimentar lo que,
según Rimbaud, debía ser la aventura de la poesía.
Antaño,
si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde se
abrían todos los corazones.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas.
Y la encontré amarga. Y la injurié.
Yo me he armado contra la justicia.
Yo me he fugado. ¡Oh brujas, oh miseria, odio,
mi tesoro fue confiado a vosotros!
Conseguí
desvanecer en mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda dicha, para estrangularla,
salté con el ataque sordo del animal feroz.
Yo llamé a los verdugos para morir mordiendo
la culata de sus fusiles. Invoqué a las plagas, para sofocarme con sangre, con
arena. El infortunio fue mi dios. Yo me he tendido cuan largo era en el barro.
Me he secado en la ráfaga del crimen. Y le he jugado malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la risa espantable del
idiota.
Ahora bien, recientemente, como estuviera a
punto de exhalar el último ¡cuac! pensé en buscar la llave del antiguo festín,
en el que acaso recobrara el apetito.
Esa llave es la caridad. ¡Y tal inspiración
demuestra que he soñado!
"Tú seguirás siendo una hiena, etc...
declara el demonio que me coronó con tan amables amapolas. "Gana la muerte
con todos tus apetitos, y con tu egoísmo y con todos los pecados
capitales".
¡Ah! ¡por demás los tengo! Pero, caro Satán,
os conjuro a ello, ¡menos irritación en esos ojos! Y a la espera de las pocas y
pequeñas cobardías que faltan, desprendo para vos, que amáis en el escritor la
ausencia de facultades descriptivas o instructivas, unas cuantas
páginas
horrendas de mi carnet de condenado.
La
mala sangre.
De mis antepasados galos, tengo los ojos azul
pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha. Me parece que mi vestimenta
es tan bárbara como la de ellos. Pero yo no me unto de
grasa
la cabellera.
Los galos fueron los desolladores de animales,
los quemadores de hierbas más ineptos de su época. Les debo: la idolatría y la
afición al sacrilegio; ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, la lujuria, magnífica;
sobre todo, mentira y pereza.
Siento horror por todos los oficios. Maestros
obreros, todos campesinos, innobles. La mano en la pluma equivale a la mano en
el arado. -¡Qué siglo de manos!- Yo jamás tendré una mano. Además, la
domesticidad lleva demasiado lejos. La honradez de la mendicidad me desespera.
Los criminales asquean como castrados: yo, por mi parte, estoy- intacto y eso
me da lo mismo.
Pero, ¿qué es lo que ha dotado a mi lengua de
tal perfidia, para que hasta aquí haya guardado y protegido mi pereza? Sin ni
siquiera servirme de mi cuerpo para vivir y más ocioso que el sapo, he
subsistido dondequiera. No hay familia en Europa a la que no conozca.
-Hablo
de familias como la mía, que todo se lo deben a la Declaración de los Derechos
del
Hombre-.
¡He conocido cada hijo de familia!
¡Si yo tuviera antecedentes en un punto
cualquiera de la historia de Francia!
Pero no, nada.
Me resulta bien evidente que siempre he sido
de raza inferior. Yo no puedo comprender la rebelión. Mi raza no se levantó
jamás sino para robar: así los lobos al animal que no mataron.
Rememoro la historia de Francia, hija mayor de
la Iglesia. Villano, hubiera yo emprendido el viaje a Tierra Santa; tengo en la
cabeza rutas de las llanuras suabas, panoramas de Bizancio, murallas de Solima,
el culto de liaría, el enternecimiento por el Crucificado, despiertan en mí
entre mil fantasías profanas. Estoy sentado, leproso, sobre ortigas y tiestos rotos,
al pie de un muro roído por el sol. Más tarde, reitre, hubiera vivaqueado bajo
las noches de Alemania.
Ah, falta aún: danzo en el aquelarre, en un
rojo calvero, con niños y con viejas.
Mis recuerdos no van más lejos que esta tierra
y que el cristianismo. Nunca acabaré de verme en ese pasado. Pero siempre solo;
sin familia; hasta esto, ¿qué lengua hablaba?
Jamás
me veo en los consejos del Cristo; ni en los consejos de los Señores,
representantes del
Cristo.
¿Qué era yo en el siglo pasado? Sólo hoy
vuelvo a encontrarme. No más vagabundos, no más guerras vagas. La raza inferior
lo ha cubierto todo -el pueblo, como dicen-; la razón, la nación y la ciencia.
¡Oh, la ciencia! Todo se ha hecho de nuevo. Para el cuerpo y para el alma -el
viático- tenemos la medicina y la filosofía-los remedios de comadres y los
arreglos de canciones populares. ¡Y las diversiones de los príncipes y los
juegos que ellos prohibían!
¡Geografía,
cosmografía, mecánica, química! ...
¡La ciencia, la nueva nobleza! El progreso.
¡El mundo marcha! ¿Por qué no había de girar?
Es la visión de los números. Vamos al
Espíritu. Esto es muy cierto, es oráculo esto que digo. Lo comprendo, pero como
no sé explicarme sin palabras paganas, querría callar.
La sangre pagana renace. El Espíritu está
cerca, ¿por qué no me ayuda Cristo dando a
mi
alma nobleza y libertad? ¡Ay, el Evangelio ha fenecido! ¡El Evangelio! El
Evangelio.
Yo
espero a Dios con gula. Soy de raza inferior por toda la eternidad.
Heme aquí en la playa armoricana. Ya pueden
iluminarse de noche las ciudades. Mi jornada ha concluido; dejo la Europa. El
aire marino quemará mis pulmones; me tostarán los climas remotos. Nadar,
aplastar la hierba, cazar, fumar sobre todo; beber licores fuertes como metal
fundido --como hacían esos caros antepasados en torno de las hogueras.
Regresaré con miembros de hierro, la piel
oscura, los ojos furiosos: de acuerdo a mi máscara, me juzgarán de raza fuerte.
Tendré oro: seré ocioso y. brutal. Las mujeres cuidan a esos inválidos feroces
que retornan de las tierras calientes. Me inmiscuiré en los asuntos políticos.
Salvado.
Ahora estoy maldito, tengo horror de la
patria. Lo mejor es un sueño bien ebrio, sobre la playa.
No hay tal partida. Retomemos los caminos de
aquí, cargado con mi vicio, el vicio que ha hundido sus raíces de sufrimiento
en mi flanco desde la edad de la razón, que sube al cielo, me golpea, me
derriba, me arrastra.
La última timidez y la última inocencia. Está
dicho. No mostrar al mundo mis ascos y mis traiciones.
¡Vamos! La caminata, el fardo, el desierto, el
hastío y la cólera.
¿A quién alquilarme? ¿Qué bestia hay que
adorar? ¿Qué santa imagen atacamos?
¿Qué
corazones romperé? ¿Qué mentira debo sostener? ¿Entre qué sangre caminar?
Más vale guardarse de la justicia. La vida
dura, el simple embrutecimiento, levantar, con el puño seco, la tapa del ataúd,
sentarse, sofocarse. Así, nada de vejez, ni de peligros: el terror no es
francés.
-¡Ah! estoy tan desamparado, que ofrezco a
cualquier divina imagen mis ímpetus de perfección.
¡Oh mi abnegación, oh mi caridad maravillosa!
¡Aquí abajo, no obstante!
De profundis Domine, ¡si seré tonto!
Muy niño aún, admiraba yo al galeote
intratable sobre el que siempre vuelve a cerrarse la prisión; visitaba las
posadas y los albergues que él hubiera consagrado habitándolos; veía a través
de su idea el cielo azul y el florido trabajo de los campos; husmeaba su
fatalidad en las ciudades. Y él tenía más fuerza que un santo, más sentido
común que un
viajante)-y
sólo se tenía a sí, ¡a sí mismo! como testigo de su razón y de su gloria.
En las rutas, durante las noches de invierno,
sin techo, sin ropas, sin pan, una voz me estrujaba el corazón helado:
"Flaqueza o fuerza: ya está, es la fuerza. Tú no sabes adónde vas, ni por
qué vas, entra en todas partes, responde a todo. No han de matarte más que si
ya fueras un cadáver". A la mañana, tenía la mirada tan perdida y tan muerto
el semblante que los que se encontraban conmigo acaso no me vieron.
En las ciudades, el barro se me aparecía de
pronto rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara circula en la pieza
vecina, ¡como un tesoro en la selva! Buena suerte, gritaba yo, y veía en el
cielo un mar de humo v de llamas; y a derecha, y, a izquierda, todas las
riquezas ardían como un millar de rayos.
Pero la orgía y la camaradería de las mujeres
me estaban prohibidas. Ni siquiera un compañero. Yo me veía ante una
muchedumbre exasperada, frente al pelotón de ejecución, llorando la desgracia
de que no hubieran podido comprender, ¡y perdonando! ¡Como Juana de Arco!
"Sacerdotes, profesores, maestros, os equivocáis al entregarme a la
justicia. Jamás he pertenecido a este pueblo; yo no he sido jamás cristiano; yo
soy de la raza que cantaba en
el
suplicio; no comprendo las leyes; no tengo sentido moral, soy una bestia: os
estáis equivocando ..."
Sí, tengo los ojos cerrados a vuestra luz. Yo
soy un animal, un negro. Pero yo puedo ser salvado. Vosotros sois falsos
negros, vosotros maniáticos, feroces, avaros. Mercader, tú eres negro;
magistrado, tú eres negro; general, tú eres negro; emperador, vieja comezón, tú
eres negro: tú has bebido un licor no tasado, de la fábrica de Satán. Este
pueblo está inspirado por la fiebre y el cáncer. Inválidos y viejos son tan
respetables, que merecen ser hervidos. Lo más discreto es abandonar este
continente, donde ronda la locura para proveer de rehenes a esos miserables.
Entro en el verdadero reino de los hijos de Cam.
¿Conozco al menos la naturaleza? ¿Me conozco?
Basta de palabras. Sepulto a los muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambor, danza,
danza, danza, danza! Ni siquiera se me ocurre que a la hora en que los blancos
desembarquen, yo caeré en la nada.
¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza,
danza!
Los blancos desembarcan. ¡El cañón! Hay que someterse
al bautismo, vestirse, trabajar.
He recibido en el corazón el rayo de la
gracia. ¡Ah, no lo había previsto!
No he cometido mal alguno. Los días me van a ser
ligeros, me será ahorrado el arrepentimiento. No habré padecido los tormentos
del alma casi muerta para el bien, en la que vuelve a subir la luz, severa como
los cirios funerarios. La suerte del hijo de familia, féretro prematuro
cubierto de límpidas lágrimas. No hay duda de que el libertinaje es tonto, el
vicio es tonto; hay que arrojar lejos la podredumbre. ¡Pero el reloj no habrá llegado
a sonar solamente la hora del puro dolor! ¿Voy a ser arrebatado como un niño
para jugar en el paraíso olvidado de toda la desgracia?
¡Pronto! ¿Hay otras vidas? El sueño en medio
de la riqueza es imposible. La riqueza siempre ha sido bien público. Sólo el
amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo que la naturaleza no es más
que un espectáculo de bondad. Adiós quimeras, ideales, errores.
El canto razonable de los ángeles se alza
desde el navío salvador: es el amor divino.
¡Dos
amores! Puedo morir de amor terreno, morir de abnegación. ¡Yo he dejado almas
cuya pena se acrecentará con mi partida! Vos me elegisteis de entre los
náufragos; ¿no son amigos míos los que quedan?
¡Salvadlos!
Me
nació la razón. El mundo es bueno. Bendeciré la vida. Amaré a mis hermanos.
Estas no son ya promesas infantiles. Ni la esperanza de escapar a la vejez y a
la muerte. Dios es mi fuerza y yo alabo a Dios.
El hastío ha dejado de ser mi amor. Las
cóleras, los libertinajes, la locura –cuyos impulsos y desastres conozco-, todo
mi fardo está en el suelo. Apreciemos sin vértigo la extensión de mi inocencia.
Ya no sería capaz de pedir la confortación de un apaleo. No me
creo
embarcado para unas bodas, con Jesucristo por suegro.
No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios.
Quiero la libertad en la salvación:
¿cómo
alcanzarla? Me abandonaron las aficiones frívolas. Ya no necesito la abnegación
ni el
amor
divino. No echo de menos el siglo de los corazones sensibles. Cada cual tiene
su razón,
desprecio
y caridad: retengo mi sitio en la cúspide de esta angélica escala de buen
sentido.
En cuanto a la felicidad establecida,
doméstica o no... no, no puedo. Estoy demasiado disperso, demasiado débil. La
vida florece por el trabajo, vieja verdad: en cuanto a mí, mi vida no es
suficientemente pesada, vuela y flota lejos por encima de la acción, ese caro
lugar del mundo.
¡Cómo
me vuelvo solterona, lo que me falta el coraje de amar la muerte!
Si Dios me concediera la calma celeste, aérea,
la plegaria, como a los antiguos santos.
¡Los
santos! ¡qué fuertes! Los anacoretas, ¡artistas como ya no los hay!
¡Farsa continua! Mi inocencia me da ganas de
llorar. La vida es la farsa en la que todos figuramos.
¡Basta! He aquí el castigo. ¡En marcha! ¡Ah,
los pulmones arden, las sienes zumban!
¡La
noche rueda por mis ojos, con todo este sol! El corazón ... los miembros ...
Adónde vamos? ¿A1 combate? ¡Yo soy débil! Los
otros avanzan. Las herramientas, las armas... ¡el tiempo!...
¡Fuego! ¡Fuego sobre mí! ¡Aquí! O me rindo.
;Cobardes! ¡Yo me mato! ¡Yo me tiro a las patas de los caballos!
¡Ah! ...
-Ya me acostumbraré.
¡Eso
sería la vida francesa, el sendero del honor!
Noche
del infierno
He bebido un enorme trago de veneno. ¡Bendito
tres veces el consejo que ha llegado hasta mí! Me queman las entrañas. La
violencia del veneno me retuerce los miembros, me vuelve deforme, me derriba.
Me muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. ¡Es el infierno, la pena eterna!
¡Ved cómo se alza el fuego! Ardo como es debido. ¡Anda, demonio!
Yo había entrevisto la conversión al bien y a
la felicidad, la salvación. ¡Pero cómo describiría mi visión, si el aire del
infierno no soporta los himnos! Eran millones de criaturas encantadoras, un
suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las nobles ambiciones, ¿qué sé yo?
¡Las nobles ambiciones!
¡Y esto sigue siendo la vida! ¡Si la
condenación es eterna! Un hombre que se quiere mutilar está bien condenado, ¿no
es así? Yo me creo en el infierno, luego estoy en él. Esto es el catecismo
realizado. Soy esclavo de mi bautismo. Padres, habéis hecho mi
desgracia
y la vuestra. ¡Pobre inocente! El infierno no puede atacar a los paganos. ¡Esto
sigue siendo la vida! Más tarde, las delicias de la condenación serán más
profundas. Un crimen, pronto, y que caiga yo en la nada, según la ley humana.
¡Pero calla, cállate! ... Aquí están la
vergüenza, el reproche: Satán que dice que el fuego es innoble, que mi cólera
es espantosamente estúpida. ¡Basta! ... Son errores que me susurran, magias,
perfumes falsos, músicas pueriles. -Y decir que yo poseo la verdad, que veo la
justicia: tengo un juicio sano y firme, estoy a punto para la perfección...
Orgullo-. La piel del cráneo se me deseca. ¡Piedad! Señor, tengo miedo. ¡Tengo
sed, tanta sed! Ah, la infancia,
la
hierba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de luna cuando en el
campanario sonaban las doce... a esa hora el diablo está en el campanario.
¡María! ¡Virgen Santa!...
Horror
de mi estulticia.
Allá lejos, ¿no hay almas honestas que me quieren
bien?... Venid... Tengo una almohada sobre la boca y ellas no me oyen, son
fantasmas. Además, nadie piensa nunca en los otros. Que no se me acerquen. Es
seguro que huelo a chamusquina.
Las alucinaciones son innumerables. Esto es de
veras lo que me pasó siempre: ninguna fe en la historia, olvido de todos los
principios. Me lo callaré:
Poetas
y visionarios se pondrían celosos. Yo soy mil veces más rico, seamos avaros
como el mar.
¡Ah,
es eso! El reloj de la vida se ha detenido hace un momento. Ya no estoy en el mundo.
La teología es seria, el infierno está ciertamente abajo -y el cielo arriba-.
Éxtasis, pesadilla, sueño en un nido de llamas.
Cuántas malicias para atender los campos ...
Satán, Fernando, corre con las semillas silvestres... Jesús camina sobre las
zarzas purpúreas, sin doblarlas... Jesús caminaba sobre las aguas irritadas. La
linterna nos lo mostró de pie, blanco y las crenchas brunas, en el flanco de una
ola de esmeralda ...
Voy a descorrer el velo de todos los
misterios: misterios religiosos o naturales, muerte, nacimiento, porvenir,
pasado, cosmogonía, nada. Yo soy maestro en fantasmagorías.
¡Escuchad! ...
¡Yo tengo todos los talentos! Aquí no hay
nadie y hay, alguien: no querría derrochar mi tesoro. ¿Queréis cantos negros,
danzas de huríes? ¿Queréis que desaparezca, que me hunda en busca del anillo?
¿Lo queréis? Fabricaré oro, medicamentos.
Fiaos en mí, la fe consuela, guía, cura.
Venid, todos, hasta los niños pequeños, para que os consuele, para que se
prodigue en vosotros su corazón, ¡el corazón maravilloso!
¡Pobres
hombres, trabajadores! No pido plegarias; con sólo vuestra confianza, seré
feliz.
Y pensemos en mí. Esto hace que añore poco el
mundo. Tengo la suerte de no sufrir más. Mi vida fue sólo una serie de dulces
locuras, es lamentable.
¡Bah! Hagamos todas las muecas imaginables.
Decididamente, estamos fuera del mundo. No más
sonido. Mi tacto desapareció. ¡Ah! mi castillo, mi Sajonia, mi bosque de
sauces. Las tardes, las mañanas, las noches, los días...
¡Si
estaré cansado!
Yo debería tener un infierno para mi cólera,
un infierno para mi orgullo, y el infierno de las caricias; un concierto de
infiernos.
Me muero de cansancio. Esto es la tumba, voy
hacia los gusanos, ¡horror de los horrores! Satán, farsante, tú quieres
disolverme con tus hechizos. Yo reclamo. ¡Yo reclamo un golpe de tridente, una
gota de fuego!
¡Ah, subir de nuevo a la vida! ¡Poner los ojos
sobre nuestras deformidades! ¡Y ese veneno, ese beso mil veces maldito! ¡Mi
flaqueza, la crueldad del mundo! ¡Dios mío, piedad, ocultadme, me siento
demasiado mal! Estoy oculto y no lo estoy.
Es el fuego que se alza con su condenado.
Delirios
I
LA
VIRGEN LOCA
EL
ESPOSO INFERNAL
Escuchemos la confesión de un compañero de
infierno:
«Oh divino Esposo, mi Señor, no rechacéis la
confesión de la más triste de vuestras sirvientas. Estoy perdida. Estoy borracha.
Estoy impura. ¡Qué vida!
»¡Perdón, divino Señor, perdón! ¡Ah, perdón!
¡Qué de lágrimas! ¡Y qué de lágrimas espero más tarde, todavía!
»¡Más tarde, conoceré al divino Esposo! Yo
nací sometida a Él.
-¡El otro puede golpearme ahora!
»¡Ahora,
estoy en el fondo del mundo! ¡Oh amigas mías!... no, no sois mis amigas...
Jamás
delirios ni torturas semejantes ... ¡Es idiota!
»¡Ah! yo sufro, grito. Sufro en verdad. Sin
embargo, todo me está permitido, cargada con el desprecio de los más
despreciables corazones.
»En fin, hagamos esta confidencia, aunque haya
de repetírsela veinte veces más, ¡igualmente sombría, igualmente
insignificante!
»Yo soy esclava del Esposo infernal, aquel que
perdió a las vírgenes locas. Es precisamente ese demonio. No es un espectro, no
es un fantasma. Pero a mí, que he perdido la prudencia, que estoy condenada y
muerta para el mundo, ¡no me han de matar! ¡Cómo describíroslo! Ya ni siquiera
sé hablar. Estoy de duelo, lloro, tengo miedo. ¡Un poco de frescura, Señor, si
lo consentís, si así lo consentís!
»Yo soy viuda ... Era viuda ... por cierto que
sí, yo era muy seria antaño, ¡y no nací para convertirme en esqueleto!...
Él era casi un niño... Sus delicadezas
misteriosas me sedujeron. Olvidé todo mi deber humano para seguirlo. ¡Qué vida!
La verdadera vida está ausente. No pertenecemos al mundo. Yo voy adonde él va,
no hay qué hacerle. Y a menudo él se encoleriza contra mí, contra mí, una pobre
alma. ¡El Demonio! Porque es un Demonio, sabéis, no es un hombre.
ȃl dice: "Yo no amo a las mujeres. Hay
que reinventar el amor, es cosa sabida. Ellas no pueden desear más que una
posición segura. Conquistada la posición, corazón y belleza se dejan de lado:
sólo queda un frío desdén, alimento del matrimonio hoy por hoy. O bien veo mujeres,
con los signos de la felicidad, de las que yo hubiera podido hacer buenas
camaradas, devoradas desde el principio por brutos sensibles como fogatas
..."
»Yo lo escucho hacer de la infamia una gloria,
de la crueldad un hechizo. "Soy de raza lejana: mis padres eran
escandinavos; se perforaban las costillas, se bebían la sangre. Yo me voy a
hacer cortaduras por todo el cuerpo, me voy a tatuar, quiero volverme horrible como
un mongol: ya verás, aullaré por las calles. Quiero volverme loco de rabia.
Jamás me muestres joyas, me arrastraría y me retorcería sobre la alfombra. Mi
riqueza, y o la querría toda manchada de sangre. Jamás trabajaré ..."
»Muchas noches, como su demonio se apoderara
de mí, nos molíamos a golpes, ¡yo luchaba con él! Por las noches, ebrio a menudo,
se embosca en las calles o en las casas, para espantarme mortalmente. "De
veras, me van a cortar el pescuezo; va a ser asqueroso". ¡Oh! esos días en
que quiere aparecer con aires de crimen.
»A veces habla, en una especie de dialecto
enternecido, de la muerte que trae el arrepentimiento, de los desdichados que
indudablemente existen, de los trabajos penosos, de las partidas que desgarran
el corazón. En los tugurios donde nos emborrachábamos, él lloraba al considerar
a los que nos rodeaban, rebaño de la miseria. Levantaba del suelo a los beodos en
las calles oscuras. Sentía la piedad de una mala madre por los niños pequeños.
Ostentaba gentilezas de niñita de catecismo. Fingía estar enterado de todo,
comercio, arte, medicina.
¡Yo
lo seguía, no había nada que hacer!
»Veía todo el decorado de que se rodeaba en su
imaginación; vestimentas, paños, muebles; yo le prestaba armas, otro rostro. Yo
veía todo lo que lo emocionaba, como él hubiera querido crearlo para sí. Cuando
me parecía tener el espíritu inerte, lo seguía, yo, en acciones extrañas y
complicadas, lejos, buenas o malas: estaba segura de no entrar nunca en su
mundo. Junto a su querido cuerpo dormido, cuántas horas nocturnas he velado, preguntándome
por qué deseaba tanto evadirse de la realidad. Jamás hombre alguno tuvo ansia
semejante. Yo me daba cuenta -sin temer por él- que podía ser un serio peligro
para la sociedad. ¿Quizá tiene secretos para transformar !a vida? No, no hace
más que buscarlos, me replicaba yo. En fin, su caridad está embrujada y soy su
prisionera. Ninguna otra alma tendría suficiente fuerza -¡fuerza de
desesperación!- para soportarla, para ser protegida y amada por él. Por lo
demás, yo no me lo figuraba con otra alma: uno ve su Ángel, jamás el Ángel
ajeno- según creo-. Yo estaba en su alma como en un palacio que se ha
abandonado para no ver una persona tan poco noble como nosotros: eso era todo.
¡Ay! dependía de él por completo. ¿Pero qué pretendía él de mi existencia
cobarde y opaca? ¡Si bien no me mataba, tampoco me volvía mejor! Tristemente
despechada, le dije algunas veces: "Te comprendo". Él se encogía de
hombros.
»Así, como mi pena se renovara sin cesar, y
como me sintiera más extraviada ante mis propios ojos -¡como ante todos los
ojos que hubieran querido mirarme, de no haber estado condenada para siempre al
olvido de todos!- tenía cada vez más y más hambre de su bondad. Con sus besos y
sus abrazos amistosos, yo entraba realmente en un cielo, un sombrío cielo, en
el que hubiera querido que me dejaran pobre, sorda, muda, ciega. Ya empezaba a acostumbrarme.
Y nos veía a ambos, como a dos niños buenos, libres de pasearse por el
Paraíso
de la Tristeza. Nos poníamos de acuerdo. Muy emocionados, trabajábamos juntos.
Pero
después de una penetrante caricia, me decía: "Cuando yo ya no esté, qué
extraño te parecerá esto porque has pasado. Cuando ya no tengas mis brazos bajo
tu cuello, ni mi corazón para descansar en él, ni esta boca sobre tus ojos. Porque
algún día, tendré que irme, muy lejos. Pues es menester que ayude a otros: tal
es mi deber. Aunque eso no sea nada apetitoso... alma querida..." De
inmediato yo me presentía, sin él, presa del vértigo, precipitada en la sombra
más tremenda: la muerte. Y le hacía prometer que no me abandonaría. Veinte
veces me hizo esa promesa de amante. Era tan frívolo como yo cuando le decía:
"Te comprendo".
»Ah, jamás he tenido celos de él. Creo que no
ha de abandonarme. ¿Qué haría? No conoce a nadie, jamás trabajará. Quiere vivir
sonámbulo. ¿Bastarían su bondad y su caridad para otorgarle derechos en el
mundo real? Por momentos, olvido la miseria en que he caído: él me tornará
fuerte, viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre el empedrado de
ciudades desconocidas, sin cuidados, sin penas. O yo me despertaré, y las leyes
y, las costumbres habrán cambiado-gracias a su poder mágico-; el mundo, aunque
continúe siendo el mismo, me dejará con mis deseos, con mis dichas, con mis
indolencias. ¡Oh! me darás la vida de aventuras que existe en los libros para
niños, como recompensa, por tanto como he sufrido? Pero él no puede. Yo ignoro
su ideal. Me ha dicho que siente nostalgias, esperanzas: eso no debe
concernirme. ¿Le habla a Dios?
»Quizá debiera yo dirigirme a Dios. Estoy en
lo más profundo del abismo, y ya no sé orar.
»Si él me explicara sus tristezas, ¿las
comprendería yo mejor que sus burlas? Me ataca, pasa horas avergonzándome con
todo lo que ha podido conmoverme en el mundo; y se indigna si lloro.
»"¿Ves a ese joven elegante que entra en
una hermosa y tranquila residencia? Se llama Duval, Dufour, Armando, Mauricio,
¿qué sé yo? Una mujer se ha consagrado a amar a ese malvado idiota: ella ha
muerto, y es seguro que ahora es una santa en el cielo. Tú causarás
mi
muerte, como él causó la muerte de esa mujer. Esa es la suerte que nos toca a
nosotros, corazones caritativos..." ¡Ay! había días en que todos los hombres
con sus actos parecían le juguetes de grotescos delirios: y, se reía
espantosamente, durante largo rato. Luego, recuperaba sus maneras de joven
madre, de hermana querida. ¡Si fuera menos salvaje, estaríamos salvados! Pero
también su dulzura es mortal. Yo me le someto. ¡Ah, estoy loca!
»Acaso un día desaparezca maravillosamente;
pero es menester que yo sepa si ha de subir a algún cielo, ¡que pueda ver un
poco la asunción de mi amiguito!»
¡Vaya una pareja!
Delirios
II
LA
ALQUIMIA DEL VERBO
Ahora yo. La historia de una de mis locuras.
Desde hacía largo tiempo, me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y
encontraba irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía moderna.
Me gustaban las pinturas idiotas, dinteles
historiados, decoraciones, telas de saltimbanquis, carteles, estampas
populares; la literatura anticuada, latín de iglesia, libros eróticos sin
ortografía, novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, libritos para niños,
óperas viejas, canciones bobas, ritmos ingenuos.
Soñaba con cruzadas, con viajes de
descubrimientos de los que no hay relatos, con repúblicas sin historia, guerras
de religión sofocadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y
de continentes: creía en todos los encantamientos.
¡Inventé el color de las vocales! -A negra, E
blanca, I roja, O azul, U verde-.
Reglamenté
la forma y el movimiento de cada consonante y me vanagloriaba de inventar, con ritmos
instintivos, un verbo poético accesible, cualquier día, a todos los sentidos.
Me reservaba la traducción.
Al
principio fue un estudio. Yo escribía silencios, noches, anotaba lo
inexpresable. Fijaba vértigos.
Lejos
de pájaros, de aldeanas, de rebaños,
¿Qué
bebía, de hinojos en aquella maleza Circundada de tiernos boscajes de
avellanos, Entre la bruma tibia y verde de la siesta?
¿Qué
podía beber en ese joven río,
-¡Olmos sin voz, cielo oscuro, césped sin
flor! En gualdas cantimploras, sin mi choza querida? Haciéndome sudar, algún
áureo licor
Parecía
el equívoco cartel de una taberna.
-Una tormenta borró el cielo. Al atardecer El
agua de los bosques huyó hacia arenas vírgenes, Dios en los charcos carámbanos
dejó caer.
Lloré
mirando el oro -y no pude beber.
A
las cuatro de la mañana, en el verano, El sueño del amor aún se prolonga. De la
noche de fiesta, en los boscajes, El olor se evapora.
Bajo
del sol de las Hespérides, Lejos, en su vasto astillero, En mangas de camisa agítense
Los
Carpinteros.
En
sus Desiertos de musgo, tranquilos, Preparan los artesones dorados,
En
los que la ciudad Pintará cielos falsos.
Oh,
por esos Obreros admirables, Súbditos de algún rey de Babilonia, ¡Venus! deja
un instante los Amantes Cuya alma lleva tu corona.
Oh
Reina de Pastores, Ofrece a los trabajadores el licor de alegría, Que apacigüe
sus fuerzas,
En
espera del baño de mar a mediodía.
Las vejeces poéticas eran buena parte de mi
alquimia del verbo.
Me acostumbré a la alucinación simple: veía
muy claramente una mezquita en lugar de una fábrica, una escuela de tambores
instalada por los ángeles, calesas en las rutas del cielo, un salón en el fondo
de un lago; monstruos, misterios; un título de sainete erigía espantos delante
de mí.
¡Después explicaba mis sofismas mágicos con la
alucinación de las palabras!
Acabé por encontrar sagrado el desorden de mi
espíritu. Permanecía ocioso, presa de una pesada fiebre: envidiaba la felicidad
de los animales; las orugas, que representan la inocencia de los limbos; los
topos, el sueño de la virginidad.
Se
me agriaba el carácter. Decía adiós al mundo con unas especies de romances:
CANCIÓN
DE LA MÁS ALTA TORRE
Que
llegue, que llegue,
El
tiempo en que se quiere.
Tanta
paciencia tuve
Que
todo lo he olvidado.
Temores
y dolores
Al
cielo se han volado. Y la malsana sed
Mis
venas ha nublado.
Que
llegue, que llegue,
El
tiempo en que se quiere.
Tal
como la pradera Entregada al olvido,
En
que incienso y cizañas
Creciendo
han florecido,
Bajo
las sucias moscas
Y
su feroz zumbido.
Que
llegue, que llegue,
El
tiempo en que se quiere.
Yo amaba el desierto, los vergeles quemados,
las tiendas marchitas, las bebidas tibias.
Me
arrastraba por las callejas hediondas y con los ojos cerrados, me ofrecía al
sol, dios de fuego.
«General, si queda un viejo cañón sobre tus
murallas derruidas, bombardéanos con
bloques de tierra seca. ¡Bombardea los espejos de los almacenes
espléndidos! ¡Bombardea los salones!
Haz
tragar su polvo a la ciudad. Oxida las gárgolas. Llena los tocadores de briznas
de rubí quemante ...»
¡Oh! el moscardón embriagado en el mingitorio
de la posada, enamorado de la borraja
y
al que disuelve un rayo de luz.
HAMBRE
Si
tengo apetito es sólo
De
la tierra y de las piedras.
Yo
almuerzo siempre con aire,
Hierro,
carbones y peñas.
Hambres
mías, girad. Hambres, cruzad
El
prado de sonidos.
Atraed
el veneno alegre
De
los lirios.
Comed
los cascotes rotos,
Piedras
de viejas iglesias,
Guijas
de antiguos diluvios,
Panes
sueltos en grises glebas.
El
lobo aullaba entre el follaje,
Las
bellas plumas escupiendo
De
su comida de volátiles:
Como
él me estoy consumiendo.
Las
ensaladas, las frutas,
Sólo
esperan la cosecha;
Pero
la araña del seto
No
come más que violetas.
¡Que
yo duerma! Que borbotee
En
los altares de Salomón.
El
hervor corre por la herrumbre,
Y
se mezcla con el Cedrón.
Por fin, oh felicidad, oh razón, aparté del
cielo el azur, que es negro, y viví, chispa de oro de la luz naturaleza. En mi
alegría, adopté la expresión más bufonesca y extraviada que pueda concebirse:
¡Ha
sido encontrada!
-¿
Qué?- La eternidad.
Es,
al sol mezclada,
La mar.
Alma
mía eterna,
A
tu voto has honor,
Pese
a la noche sola,
Y
del día al fulgor.
¡Tú
te liberas, pues,
De
humanos formularios,
De
impulsos ordinarios!
Y
vuelas al través...
-Jamás
ya la esperanza.
No
hay orietur, te juro.
La
ciencia y la paciencia,
El
suplicio es seguro.
Ni
un mañana queda,
Oh
brasas de seda,
Vuestro arder
Es el deber.
Ha
sido encontrada!
-¿Qué?-
La Eternidad.
Es,
al sol mezclada,
La mar.
Me convertí en una ópera fabulosa: vi que
todos los seres tienen una fatalidad de dicha: la acción no es la vida, sino
una manera de estropear cualquier fuerza, un enervamiento. La moral es una
flaqueza del cerebro.
Me parecía que a cada ser le eran debidas otras
vidas. Ese señor no sabe lo que hace: es un ángel. Esta familia es una camada
de perros. Ante muchos hombres, hablaba yo en voz alta con un momento de alguna
de sus otras vidas. De ese modo, amé a un puerco.
Ninguno de los sofismas de la locura -de la locura
a la que se encierra-, fue olvidado por mí; podría repetirlos a todos; tengo el
sistema.
Mi salud se vio amenazada. Me invadía el
terror. Caía en sopores de varios días, y una vez levantado, continuaba con los
sueños más tristes. Estaba maduro para la muerte, y por una ruta de peligros,
mi debilidad me conducía hacia los confines del mundo y de la Cimeria, patria
de la sombra y los torbellinos.
Tuve que viajar, para distraer los hechizos
reunidos en mi cerebro. Sobre el mar, que amaba como si hubiera tenido que
lavarme de una mácula, veía yo alzarse la Cruz consoladora. Había sido
condenado por el arco iris. La Dicha era mi fatalidad, mi remordimiento, mi
gusano: mi vida sería siempre demasiado inmensa para consagrarla a la belleza y
a la fuerza.
¡La Dicha! Sus dientes, suaves para la muerte,
me advertían al cantar el gallo -ad
matutinum,
al Christus venit-, en las ciudades más sombrías:
¡Oh
castillos, oh estaciones!
¿Qué
alma no tiene reproche?
Estudié
el mágico enigma
De
la ineludible dicha.
Saludemos
su regalo,
Cuando
canta el gallo galo.
Ya
no tendré más envidia:
Se
ha encargado de mi vida.
Su
hechizo el alma y el cuerpo
Cogió,
y dispersó el esfuerzo.
¡Oh
castillos, oh estaciones!
La
hora de su fuga, ¡oh suerte!
Será
la hora de la muerte
¡Oh
castillos, oh estaciones!
Todo
eso ha pasado. Hoy, sé saludar la belleza.
Lo
imposible
¡Ah! esa vida de mi infancia, la gran ruta
accesible en todo tiempo, sobrenaturalmente sobrio, más desinteresado que el
mejor de los mendigos, orgulloso de no tener ni patria ni amigos, qué bobería
fue. ¡Y sólo ahora me doy cuenta!
-Yo tenía razón al despreciar a esos benditos
que no se perderían la ocasión de una
caricia,
parásitos de la limpieza y de la salud de nuestras mujeres, hoy que ellas se
entienden
tan
poco con nosotros.
He tenido razón en todos mis desdenes: ¡puesto
que me escapo!
¡Me escapo!
Voy a explicarme.
Hasta ayer, suspiraba yo aún: "¡Cielos!
¡Cuántos somos los condenados aquí abajo!
¡Hace
tanto tiempo ya que pertenezco a su cuadrilla! Los conozco a todos. Nosotros
nos reconocemos siempre y nos asqueamos. La caridad nos es desconocida. Pero
somos corteses; nuestras relaciones con el mundo son muy correctas." ¿Es
sorprendente? ¡El mundo! ¡Los mercaderes, los ingenuos! Nosotros no estamos deshonrados.
¿Pero cómo habían de recibirnos los elegidos? Ahora bien, hay gentes hurañas y
alegres, falsos elegidos, puesto que necesitamos audacia o humildad para
abordarlos. Y esos son los únicos elegidos. ¡Que no están nada dispuestos a
echar bendiciones!
Al recobrar dos céntimos de razón -¡cosa muy
pasajera!-veo que mis males provienen de no haber pensado a tiempo que estamos
en el Occidente. ¡Los pantanos occidentales! No es que suponga la luz alterada,
la forma extenuada, el movimiento extraviado... ¡Bueno!
Ahora
resulta que mi espíritu quiere ocuparse en absoluto de todos los desarrollos
crueles sufridos por el espíritu desde que acabó el Oriente... ¡Mi espíritu lo
quiere así!
... ¡Mis dos céntimos de razón se han
terminado! El espíritu es autoridad y quiere que
yo
esté en Occidente. Habría que hacerlo callar para llegar a la conclusión que yo
deseaba.
Yo mandaba al diablo las palmas de los
mártires, los esplendores del arte, el orgullo de los inventores, el ardor de
los pillastres; regresaba al Oriente y a la sabiduría primitiva y eterna.
¡Parece que ha sido un sueño de grosera pereza!
Sin embargo, no pensaba para nada en el placer
de escapar a los sufrimientos modernos. No tenía en vista la sabiduría bastarda
del Corán. ¿Pero no es un suplicio real el que, a partir de esta declaración de
la ciencia, el cristianismo, el hombre se engañe, se pruebe las evidencias, se
hinche de placer al repetir esas pruebas y no viva más que de ese modo?
Tortura
sutil, bobalicona; fuente de mis divagaciones espirituales. ¡La naturaleza
podría
aburrirse,
quizá! El señor Prudhomme ha nacido junto con el Cristo.
¡Y ha de ser porque cultivamos la bruma!
Devoramos la fiebre con nuestras
legumbres
acuosas. ¡Y la borrachera! ¡Y el tabaco! ¡Y la ignorancia! ¡Y las abnegaciones!
¡Todo
esto está a cien leguas de la sabiduría del Oriente, la patria primitiva! ¡Para
qué un
mundo
moderno, si se han de inventar semejantes venenos!
Las
gentes de Iglesia dirán: Comprendido. Pero vos queréis hablar del Edén. Nada hay
para vos en la historia de los pueblos orientales. -Es cierto; ¡era en el Edén
en lo que pensaba! ¡Qué significa ante mi sueño esa pureza de las razas
antiguas!
Los filósofos: El mundo no tiene edad. La
humanidad se desplaza, simplemente. Vos
estáis
en Occidente, pero sois libre de habitar en vuestro Oriente, por antiguo que os
sea
menester
-y de habitarlo a gusto-. No hay que declararse vencido. Filósofos, vosotros
pertenecéis
a vuestro Occidente.
Espíritu mío, ten cuidado. Nada de medios
violentos de salvación. ¡Ejercítate! ¡Ah, la ciencia no va suficientemente a
prisa para nosotros!
Pero me doy cuenta de que mi espíritu duerme.
¡Si estuviera siempre bien despierto a partir de este momento, pronto
llegaríamos a la verdad, que nos rodea acaso con sus llorosos ángeles! ... Si
hubiera estado despierto hasta este momento, sería por no haber cedido yo a los
instintos deletéreos, en una época inmemorial... ¡Si siempre hubiera estado bien
despierto, yo bogaría en plena sabiduría! ...
¡Oh pureza! ¡Pureza!
Este minuto de vigilia me ha concedido la
visión de la pureza. ¡Por el espíritu se va a
Dios!
¡Lacerante infortunio!
El
relámpago
¡El trabajo humano! Esta es la explosión que
ilumina mi abismo de cuando en cuando.
«Nada
es vanidad; ¡hacia la ciencia y adelante!" grita el moderno Eclesiastés,
es decir, Todo el mundo. Y sin embargo, los cadáveres de los malvados y de los
holgazanes caen sobre el corazón de los demás... Ah, de prisa, un poco más de
prisa; allá lejos, más allá de la noche, esas recompensas futuras, eternas...
¿las perderemos?...
-¿Qué puedo hacer yo? Conozco el trabajo; y la
ciencia es demasiado lenta. Que la plegaria galope y que zumbe la luz... bien
lo comprendo. Es demasiado sencillo y hace demasiado calor; se pasarán sin mí.
Yo tengo mi deber, y me enorgulleceré de él como hacen tantos, dejándolo a un
lado.
Mi vida está gastada. ¡Vamos! Finjamos,
holguemos, ¡oh piedad! Y subsistiremos divirtiéndonos, soñando con amores
monstruosos y universos fantásticos, quejándonos y querellando las apariencias
del mundo, saltimbanqui, mendigo, artista, bandido, ¡sacerdote!
En
mi lecho de hospital, el olor del incienso ha vuelto a mí con tanta intensidad;
guardián de los sagrados aromas, mártir, confesor...
Reconozco en esto la triste educación de mi
infancia. ¡Y además, qué importa!...
Caminar
mis veinte años si los otros caminan veinte años...
¡No! ¡No! ¡Ahora me rebelo contra la muerte!
El trabajo parece demasiado liviano a mi orgullo: mi traición al mundo sería un
suplicio demasiado corto. En el último momento, atacaría a izquierda y
derecha...
Entonces, ¡oh, pobre alma querida!, ¡puede que
la eternidad no estuviera perdida para nosotros!
MAÑANA
¿No
tuve yo alguna vez una juventud amable, heroica, fabulosa, como para escribirla
en
hojas de oro? ¡Demasiada suerte! ¿Por qué crimen, por qué error he merecido mi
actual
flaqueza?
Vosotros, que pretendéis que las bestias exhalen sollozos de pesar, que los
enfermos
desesperen, que los muertos tengan pesadillas, tratad de relatar mi sueño y mi
caída.
Por mi parte, no puedo explicarme mejor de lo que lo hace el mendigo con sus
continuos
Pater y Aventaría. ¡Ya no sé hablar!
No obstante, hoy, creo haber terminado la
narración de mi infierno. Era de veras el infierno; el antiguo, aquel cuyas
puertas abrió el Hijo del Hombre. Desde el mismo desierto,
en
la misma noche, mis ojos cansados se abren siempre a la estrella de plata,
siempre, sin que
se
conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el
espíritu. ¿ Cuándo iremos, más allá de las playas y de los montes, a saludar el
nacimiento del nuevo trabajo, de la nueva sabiduría, la huída de los tiranos y
de los demonios, el fin de la superstición; a
adorar
-¡los primeros!- la Navidad sobre la tierra?
¡El canto de los cielos, la marcha de los
pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida.
Adiós
¡El otoño ya! ¿Pero por qué añorar un eterno sol,
si estamos empeñados en el descubrimiento de la claridad divina, lejos de las
gentes que mueren en las estaciones?
El otoño. Nuestra barca, alzándose en las
brumas inmóviles, gira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme con su
cielo maculado de fuego y lodo. ¡Ah, los harapos podridos, el pan empapado de
lluvia, la embriaguez, los mil amores que me han crucificado! ¡De modo que
nunca ha de acabar esta reina voraz de millones de almas y de cuerpos muertos y
que serán juzgados! Yo me vuelvo a ver con la piel roída por el fango y la
peste, las axilas y los cabellos llenos de gusanos y con gusanos más gruesos aún
en el corazón, yacente entre desconocidos sin edad, sin sentimiento... Hubiera
podido morir allí ... ¡Qué horrible evocación! Yo detesto la miseria.
¡Y temo al invierno porque es la estación de
la comodidad!
A veces veo en el cielo playas sin fin,
cubiertas de blancas y gozosas naciones. Por encima de mí, un gran navío de oro
agita sus pabellones multicolores bajo las brisas matinales. Yo he creado todas
las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar
nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Yo he creído
adquirir poderes sobrenaturales. ¡Pues bien! ¡Tengo que enterrar mi imaginación
y mis recuerdos!
¡Una
hermosa gloria de artista y de narrador desvanecida!
¡Yo! ¡Yo que me titulara ángel o mago, que me
dispensé de toda moral, soy devuelto
a
la tierra, con un deber que perseguir y la rugosa realidad para estrechar!
¡Campesino!
¿Estoy engañado? ¿Sería para mi la caridad
hermana de la muerte?
En fin, pediré perdón por haberme nutrido de
mentira. Y vamos.
¡Peto ni una mano amiga! ¿Y dónde conseguir
socorro?
Sí, la nueva hora es, por lo menos, muy
severa.
Pues yo puedo decir que alcancé la victoria:
el rechinar de dientes, los silbidos de fuego, los suspiros pestilentes, se
moderan. Todos los recuerdos inmundos se borran. Mis últimas añoranzas se escabullen
celos de los mendigos, de los bandoleros, de los amigos de la muerte, de los
retardados
de todas clases. ¡Si yo me vengara, condenados!
Hay que ser absolutamente moderno.
Nada de cánticos: conservar lo ganado. ¡Dura
noche! La sangre seca humea sobre mi rostro, y no tengo cosa alguna tras de mí,
¡fuera de ese horrible arbolillo!... El combate espiritual es tan brutal como
las batallas de los hombres; pero la visión de la justicia es sólo el placer de
Dios.
Entre tanto, estamos en la víspera. Recibamos
todos los influjos de vigor y de real ternura. Y a la aurora, armados de una
ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.
¡Qué hablaba yo de mano amiga! Es una buena
ventaja que pueda reírme de los viejos
amores
mentirosos, y cubrir de vergüenza a esas parejas embaucadoras -he visto allá el
infierno
de las mujeres-; y me será permitido poseer la verdad en un alma y un cuerpo.
Abril-agosto,
1873
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